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Los haitianos respetaron a Trujillo y a Balaguer

Jean Claude Duvalier se marchó de Haití en 1986, era la penúltima dictadura de América, entonces, hace 32 años, solo Cuba no tenía un Gobierno elegido libremente en el continente, pero sus tribulaciones no terminaron; en 1990 fue elegido Jean Bertrain Aristide, por mayoría de una minoría de votantes y se inició el trauma democrático.

Por sus múltiples errores, el Ejército, única institución estable, le derrocó en 1993 y la OEA impuso un bloqueo con sanciones que agravaron la situación de miseria.

Ya entonces, los organismos multilaterales planteaban financiar “campamentos de refugiados” en el territorio dominicano, a los que Balaguer, desde luego, se opuso y, como medida alterna, bajo un grave riesgo, autorizó el suministro de combustible, medicamentos y alimentos: Esa disposición sabía conllevó graves riesgos para su Gobierno, sus funcionarios y dirigentes de su partido, algunos de los cuales fuimos amenazados por los gobiernos de otros estados.

Aristide fue reinstalado con gran pompa, el Ejército fue disuelto y los USD$ 1,000 millones prometidos por Europa, Estados Unidos y Canadá, para el fortalecimiento de la democracia, no llegaron: Era imposible porque Haití carecía de estructura social para recibirlos y usarlos: no tenía sindicatos, asociaciones empresariales o sindicales, banca creíble, ni organización gubernamental.

El triunfo de René Preval, a quien invité siendo Presidente electo y vino en marzo, tras juramentarse, mejoró las relaciones permitiendo una colaboración gubernamental fluida; por primera vez votamos e impulsamos proyectos conjuntos en la Unión Europea y, en el país recibimos funcionarios y empleados del Gobierno haitiano para entrenarse, especialmente en Lome, de igual modo, aumento la matrícula de estudiantes haitianos hasta llegar a miles, particularmente, en la PUCMM.

Al terminar el mandato de 1996, ambas naciones mantenían sus relaciones en el mejor nivel desde 1844 y la migración, no era un problema, el Presidente haitiano y los primeros ministros, eran visitantes regulares del país, en ese nivel de armonía, Haití incluso defendió las actuaciones dominicanas ante organismos internacionales.

El retorno de Aristide, tras ganar las elecciones, ya con Balaguer fuera de Palacio, abrió de nuevo la confrontación con un Haití que en camino de una dictadura anarquista, obligó a Estados Unidos a deponerlo: el Presidente reinstalado por Estados Unidos, seis años después, era derrocado por ellos mismos y enviado al exilio más lejano posible, África.

El caos se había adueñado de la nación de Toussaint cuando regresa al poder Preval en el 2006; quizás el mejor ejemplo de la anarquía política es que durante 2/3 de su período, en un país semipresidencial, en que gobierna el Primer Ministro, Haití, no lo tuvo. Esto bloqueó la ayuda internacional, pues no había quién firmara por el Gobierno las donaciones y forzó el flujo migratorio.

Sin embargo, a finales del 2000 las relaciones eran excelentes y dieron lugar al primer contingente de empresarios dominicanos que invirtieron en Haití, en su reconstrucción, su comercio, su banca, su agricultura y en las zonas francas, destruidas en 1993: la foto que se inserta da testimonio del inicio de esa etapa, pues recoge el almuerzo ofrecido por Preval en el Palacio Presidencial, a la delegación de empresarios dominicanos que encabece como Ministro de Industria; esos son los pioneros de la inversión nuestra allá.

Sin Fuerzas Armadas, sin policías, desde 1993 la seguridad y el orden público quedaron a cargo de los cascos azules de Naciones Unidas, que ante el alto riesgo, se replegaron regularmente a zonas de Puerto Príncipe y así, las bandas, en particular, las que manejan el contrabando, las drogas y los secuestros, se adueñaron del país hasta el día de hoy, convirtiendo a nuestro vecino, en un estado fallido, según todos los diagnósticos de organizaciones internacionales.

Esa incapacidad para imponer la autoridad del Estado se tradujo en un irrespeto a sus gobernantes que trasladaron a los nuestros.

En memoria de ello están las afrentas en ocasión de las visitas de Hipólito Mejía y de Leonel Fernández a Haití y, recientemente, con una frecuencia preocupantes, a los miembros de las fuerzas armadas en la frontera.

Lamentablemente, sólo a Trujillo, por el miedo que impuso su crimen y a Balaguer, quien declaró a Aristide que le respondería en el terreno que fuera necesario, han respetado los haitianos.

Hoy, ese país que comparte 382 km de frontera con nosotros, ante el hastío de la comunidad internacional, enfrenta mayores niveles de ingobernabilidad y de progresiva pobreza que se reflejan en una migración indocumentada de unos dos millones de personas imposibles de asimilar en nuestra cultura y territorio, al tiempo que la ONU y sus organismos, nos conducen con falacias, a la firma de instrumentos que harán inútiles nuestra inaplicada legislación migratoria.

La fuerza laboral haitiana es útil para nosotros, nadie lo duda, por eso debe legalizarse pues ella representa remesas a Haití, indispensables por USD$600 millones al año según el Banco Mundial, igual que es positivo que ejerzan su derecho a expresarse en el marco de la Ley, puesta que ese derecho está garantizado por nuestra Constitución, empero los indocumentados, deben repatriarse, ordenadamente y con respeto a los derechos humanos, porque en ello está comprometida nuestra supervivencia, ningún Pacto Migratorio o Tratado, puede obviar esa realidad.

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