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LO QUE NO SE VE

Elecciones medio término en EEUU: lo que no se ve

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Ricardo Pérez fernández | ECONOMISTA Y POLITÓLOGOSanto Domingo

En esta ocasión sucedió lo que históricamente, salvo dos excepciones desde 1929, ha acontecido en las elecciones congresuales y de gobernaciones estatales que se celebran a mitad del período presidencial de un nuevo presidente: el partido en oposición ---esta vez los demócratas--- incrementa sus cargos electivos con relación al partido que controla el poder ejecutivo.

A partir de enero de 2019, que será cuando tomen posesión los elegidos en los comicios de este 6 de noviembre, el Partido Demócrata controlará la Cámara de Representantes, y habrán logrado al menos 7 gobernaciones adicionales a las detentadas previo a este proceso electoral.

Los republicanos continuarán dominando, tanto las gobernaciones como las legislaturas estatales, y en el senado, ampliarán en al menos tres curules su mayoría mecánica.

Con este nuevo panorama político, regresa el ejercicio de fiscalización a Washington, el cual será garantizado por medio de la mayoría demócrata en la cámara baja, y en consecuencia, aumentará la tensión y la crispación de la ya muy polarizada política estadounidense.

Hasta aquí, hemos descrito lo que resulta factual y evidente de una lectura rápida y superficial de lo acontecido en las elecciones de este pasado 6 de noviembre. Sin embargo, al profundizar más en los resultados, advertimos unos cuantos hechos y tendencias que resultan útiles al momento de comprender, en primer lugar, vicios del sistema político-electoral norteamericano, y en segundo lugar, la dimensión y dirección en que discurren las olas políticas del momento.

El peligroso “Gerrymandering” En las elecciones de medio término del primer mandato del presidente Obama, las de 2010, los republicanos obtuvieron el 52% del voto popular, versus el 45% logrado por los demócratas. Para estos últimos, esto resultó en una pérdida de 63 curules en la cámara baja, donde la nueva distribución le daba a los republicanos una mayoría de 242 escaños, frente a una minoría azul de 193 asientos.

Este 6 de noviembre, los demócratas conquistaron el 54% del voto popular, ante el 45% ---aproximadamente--- de los republicanos; sin embargo, estos primeros solo lograron unas 30 plazas adicionales, y el conteo final les dejará en alrededor de 225 escaños.

¿Cómo y por qué es posible que, obteniendo más votos los demócratas en el 2018 que los republicanos en el 2010, estos últimos hayan obtenido en aquel entonces más del doble de las curules alcanzadas en esta ocasión por los azules? Esto se debe a lo que se conoce como el “Gerrymandering”.

Por mandato de una ley federal, cada 10 años, a partir de la información de un censo general, los distritos electorales deben ser rediseñados para acomodar cambios poblacionales que demanden, por ejemplo, de eliminar algún distrito electoral debido a un éxodo de antiguos residentes, o de crear alguno nuevo, por la llegada de nuevos residentes a un distrito determinado, siempre a los fines de que la representación de los ciudadanos este garantizada.

Lo que, empero, ha sucedido en la práctica es que este mandato ha sido utilizado para diseñar distritos electorales que garanticen la estabilidad electoral de los mismos, para así aumentar las posibilidades de reelección de quienes los ocupen al momento de darse el rediseño. Verbigracia: si soy un representante ---diputado--- del Partido Demócrata, y me corresponde, por coincidir mi mandato con el censo, rediseñar mi distrito electoral, lo que haré es construirlo de manera tal que este incluya la mayor cantidad de vecindarios, ciudades y condados que tiendan a votar por mi partido, para de esta manera garantizar que, al menos hasta el próximo censo, mi curul sea permanentemente demócrata. Esto sucedió en 2010, la última vez que se realizó el censo, y como ya hemos dicho, aquellas elecciones fueron ganadas ampliamente por los republicanos.

Por eso, en esta ocasión, a pesar de los demócratas haber obtenido una votación significativamente mayor a la de los republicanos, esto no se tradujo en un aumento en escaños similar al logrado, con menor votación, por los republicanos en el 2010. Por eso, el “Gerrymandering” es una amenaza a la legitimidad de la representación democrática, y cada día más, la ciudadanía y las instancias judiciales entienden la importancia de combatirlo.

Una victoria personal de Trump El fenómeno electoral de Donald Trump sigue fuerte y con viento de cola, y esto quedó demostrado en este proceso electoral, a partir de dos resultados: uno cuantitativo y otro de tipo cualitativo.

Por tan solo tercera vez desde 1931, y primera vez desde 2002, un presidente logra, en las elecciones de medio término, aumentar la matricula de su partido en el senado. Esto tiene un significado aún más especial, cuando sabemos que Trump solo concentró su capital político en impulsar candidaturas de la cámara alta, lo cual hizo de su participación en las mismas, una fuerza impulsora de indudable causalidad.

En al ámbito cualitativo su logro ha sido uno que garantiza que, de aquí en adelante, solo habrá más riña y tirantez: en sentido general ---claro, con algunas excepciones--- los candidatos a posiciones electivas que marcaron distancia con Trump, perdieron, y aquellos que abrazaron su ideología, sus normas conductuales y su doctrina, resultaron victoriosos.

El Partido Republicano de 2018, y de cara a 2020 es, oficialmente, el partido de Donald Trump.

Una posible ruta hacia la Casa Blanca en el 2020 Los demócratas, sin lugar a dudas, han sido los ganadores de este proceso; en más de un sentido y con más de una implicación. No solo han logrado, con la mayoría obtenida en la Cámara de Representantes, reintroducir el elemento de balance del “peso y contrapeso” que les otorga la posibilidad de fiscalizar las acciones y pretensiones del ejecutivo, sino que además, los resultados de este proceso electoral han desbrozado para ellos, el camino a surcar para la toma de la Casa Blanca en 2020.

En 2016, el fenómeno Donald Trump se materializó electoralmente debido a una razón explicada en tres estados: este fue capaz de, metafóricamente, romper la “pared azul”, ganando por voto popular Pennsylvania, Wisconsin y Michigan.

En las elecciones de este pasado 6 de noviembre, los demócratas ganaron las gobernaciones, y por ende el voto popular, de Wisconsin y Michigan, y en Pennsylvania, donde no hubo elección de gobernador, también obtuvieron mayoría de votos y adquirieron cuatro escaños adicionales en la Cámara de Representantes. ¿Qué quiere decir esto? Que si a partir de estas elecciones, estos estados han retornado a la “normalidad” de lo que han sido sus preferencias electorales históricas, entonces, podría ser que los demócratas ya tengan a la vista los 270 votos electorales necesarios para recuperar el poder ejecutivo.

Aparte de esto, otros dos resultados deberían de motivar a los demócratas de cara al 2020. En Texas, un bastión republicano en las últimas cinco décadas, el senador Ted Cruz revalidó su reelección frente al demócrata Beto O’Rourke por tan solo dos puntos porcentuales: los resultados más cerrados registrados en ese estado desde 1978, con el agravante de que, a diferencia de aquel año, ahora este estado cuenta con una composición sociodemográfica que, si bien movilizada, podría terminar con la hegemonía de los republicanos.

En la florida, la votación fue aún más cerrada; tanto así que probablemente, para la elección senatorial y para la gobernación, habrá un recuento de los votos. Aquí también los demócratas deben identificar la inmensa oportunidad que significa el haber alcanzado estos resultados sin que la inmigración latinoamericana de los últimos dos años ---que con excepción de los cubanos, tiende a votar mayoritariamente demócrata--- haya sido organizada, reclutada, motivada y movilizada hacia objetivos electorales.

En definitiva, estos resultados reivindican y fortalecen al “trumpismo”, lo cual garantizará mayor pugnacidad en la conducción del Estado, algo que tal vez podría beneficiar al controversial presidente.

Los demócratas, por otro lado, han demostrado contar con al apoyo mayoritario del pueblo norteamericano, y en este espaldarazo, estos le han mostrado una ruta posible hacia la toma de la Casa Blanca en el año 2020.

Ahora queda de estos, de republicanos y demócratas, diseñar e implementar sus estrategias de cara a las próximas elecciones presidenciales.

Naturalmente, aventurarse a predecir resultados en estos momentos rayaría en la locura, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que, luego de los resultados electorales de este 6 de noviembre, estos dos años que le restan al mandato de Donald Trump serán más impredecibles, extraños, emocionantes y entretenidos que los primeros dos. De eso último, estoy plenamente convencido.

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