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¿Una resureccción del 1968?

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Ricardo Pérez fernández | ECONOMISTA Y POLITÓLOGOSanto Domingo

A l término de la Segunda Guerra Mundial y el florecimiento del período de la historia contemporánea de la “posguerra”, el año de 1968 marcó un hito de tipo sociocultural, que significó un antes y un después en varios países de Occidente.

El epicentro de aquella revolución de múltiples aristas y manifestaciones fue Estados Unidos, pero sus reverberaciones alcanzaron parte de América Latina y Europa. Los protagonistas de este alzamiento pacífico fueron los jóvenes, aquellos que en aquel año de 1968 se encontraban en la adolescencia y temprana adultez, y que eran los vástagos de muchos de aquellos que de manera directa e indirecta participaron de aquella desastrosa guerra mundial.

Fue una ruptura drástica y culturalmente violenta de dos generaciones. Por una parte, la de los padres, conservadora, introvertida, jerárquica, machista, algo colectivista, creyentes en sus gobiernos e imbuida de aquel “excepcionalismo” resultante de la victoria de Estados Unidos en la guerra; y la otra parte, la de los jóvenes, más liberales, extrovertidos, creyentes en la horizontalidad social, menos machistas, individualistas, desconfiados de sus gobernantes, y de la corrección moral de sus propósitos en materia de política internacional.

De repente, los jóvenes de aquella generación, en aquel año que pronto la historia grabaría como icónico, empezarían a hablar del sexo y de su incursión en él abiertamente, algo impensable para la generación de sus padres. De igual manera, surgiría un estilo de música marcadamente distinto a aquel disfrutado por los más mayores, cargado de sugerencias bacanales, de cuestionamiento y rechazo a los poderes y jerarquías sociales establecidas, e incitante a la exploración de las distintas dimensiones sociales y culturales de la individualidad prescrita por el liberalismo. Por vez primera, el consumo de drogas sería algo de corrientes sociales dominantes, y esta estaría vinculada de manera explicita e implícita con muchas de las expresiones artísticas que dominaron la época. Los teatros, cada vez más, daban tiempo de escenario a interpretaciones que fuesen cónsonas con la cultura “pop”, y hasta se empezarían a popularizar entre jóvenes de clase media, algunas religiones y movimientos espirituales de oriente.

En fin, 1968 fue una especie de terremoto sociocultural que marcó no solo la ruptura de una generación con otra, sino además las tendencias culturales que se instalarían como dominantes de ahí en adelante. En aquel año, Reino Unido, Francia, Checoslovaquia, México y otro países latinoamericanos ---aunque en menor escala--, también verían el conservadurismo de sus sociedades ser desafiados por los bríos de una juventud abanderada de los cánones del liberalismo.

Lo duradero Aunque mucho de lo ocurrido aquel año sería de carácter temporal y pasajero, algunas otras acciones y movimientos se consolidarían como corrientes sociales de vocación permanente. La exaltación de la cultura afroamericana, por ejemplo, que se vio exacerbada por el asesinato ese año del reverendo Martin Luther King Jr, transitó desde expresiones violentas, como aquellas enarboladas por las Panteras Negras, hasta manifestaciones pasivas, pero de enorme simbología, como la exhibición de estilos de pelo, accesorios e indumentaria alegóricas a la identidad étnica de los afrodescendientes. Significó mucho que, por primera vez, al menos en magnitudes numéricas, los jóvenes blancos de clase media protestaran incesantemente por el racismo aún persistente en la sociedad norteamericana, y esto fue y ha seguido siendo, el inicio del camino histórico del intento de “horizontalizar” la inventada jerarquía de las razas.

Otros de esos movimientos surgidos ese año, o alrededor de este, que tendrían vocación permanente, fueron los relacionados con la preservación del medio ambiente ---hoy en franco apogeo---, y aquel bautizado como el Movimiento de las Mujeres, que también se conoce como el movimiento feminista. Este último, aunque no nació precisamente en el 1968, porque le habían antecedido las batallas libradas para alcanzar el derecho al voto, sí fue precisamente ese año, el 8 de septiembre, cuando en Estados Unidos el Frente para la Liberación de las Mujeres protestó en las afueras del recinto donde se celebraba el concurso de belleza “Miss América”. Y esa, si no fue la primera manifestación de este tipo, definitivamente fue la primera en trascender nacional e internacionalmente, en la que se condenaba la “objetificación” de la mujer, y esto abrió un nuevo capítulo en las luchas por la igualdad de la mujer que hoy, vuelve a alcanzar un punto álgido.

2017: La cuarta ola del “movimiento de las mujeres” Primero, el derecho al sufragio, como protesta fundamentalmente de mujeres de cierta afluencia económica; luego, la exigencia de los demás derechos políticos, y de derechos sociales y laborales tendentes a la igualdad; más tarde, la reivindicación de los derechos reproductivos y el reclamo por el fin de los distintos tipos de violencia física contra la mujer, hasta llegar a donde estamos hoy.

Aunque existe cierto consenso entre algunos sociólogos y académicos en establecer que desde el año 2012 nos encontramos en la cuarta ola del movimiento feminista, ha sido el año 2017 el que, en el terreno de lucha de las reivindicaciones, ha marcado una inauguración estruendosa de los nuevos objetivos perseguidos. En esta etapa, el movimiento se ha concentrado ---espontáneamente--- en la violencia sicológica y moral contra la mujer.

El movimiento “Me Too” ---en español, “yo también”---, de origen estadounidense, ha sido el buque insignia de este nuevo capítulo, que ha consistido en la denuncia sistemática de acoso sexual a hombres que antes gozaban del privilegio de ser intocables. Uno tras otro, figuras del arte y el espectáculo, del deporte, de la política, de los negocios, han visto como acciones del pasado, se han sacudido de las mordazas interpuestas por el tiempo y las costumbres, y han tenido que soportar la resurrección de fantasmas del pasado que ya no caducan, y que han sido capaces de destruir imperios, trayectorias y fortunas en un abrir y cerrar de ojos.

Aunque en estas denuncias y acusaciones aun predominan las agresiones sexuales físicas, lo novedoso ha sido la inclusión de un tipo de acoso menos tangible y demostrable que los demás: el de la dimensión sicológica y moral. Ahora, a partir del “Me Too”, es admisible y cada vez más recurrida la denuncia que plasma el sentirse acosado, no siendo necesario para ello contacto físico alguno. Y tal y como aquellas explosiones socioculturales de 1968 se esparcieron por todo occidente, esta última ola del movimiento feminista, también partiendo desde Estados Unidos, ha cruzado mares y océanos, y hasta en nuestro propio país, donde aún predomina el credo machista, empieza a enraizar.

A diferencia de las reivindicaciones anteriores del Movimiento de las Mujeres, donde en la mayoría de los casos, se comprendían y se aceptaban, al cabo del tiempo, la pertinencia y los fundamentos de los reclamos -aunque a veces a regañadientes, pero más por aquello de que quien goza de privilegios y posiciones dominantes se resiste a cederlas, y no por considerarlas improcedentes-, esta última categoría empieza a generar incertidumbre y curiosidad entre muchos hombres ---aunque pocos se atreven a manifestarlo---, y también a ofrecer un nuevo escenario para el surgimiento de una interesante discusión legal e intelectual con matices sociales, culturales, antropológicos y hasta biológicos.

¿Podría considerarse como acoso sicológico o moral el cortejar a una mujer que en principio rechace las pretensiones de un hombre, y viceversa? De ser lo anterior negativo, ¿cuántos intentos denegados constituirían el acoso? ¿Cuáles criterios se utilizarían para definirlo? ¿Podría considerarse como acoso el intentar establecer contacto con una persona que no haya autorizado dicho acercamiento previamente? Las preguntas anteriores, de ninguna manera pretenden trivializar este debate, ni minimizar la importancia de que se castigue y se sancione a todo aquel que violente de alguna manera a otra persona, lo que intentan es sugerir cuán complejo será de ahora en adelante la tipificación de algunos delitos y la readecuación conductual que tendrán que acometer, principalmente, los hombres ---y algunas mujeres--- provenientes de culturas históricamente machistas.

Pero de este interesantísimo y estimulante debate, propagado por la fuerza reproductora de las redes sociales digitales, y desencadenado por la cuarta ola del Movimiento de las Mujeres, surge una pregunta que resulta muy difícil de contestar: ¿será que a 50 años de aquel turbulento 1968, nos encontramos a las puertas de otra violenta ruptura sociocultural que transformará las claves sociales y conductuales de Occidente? Sospecho que pronto sabremos la respuesta.

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