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EDITORIAL

Aturdidos por el terror

EDWARD TELLER, llamado el padre de la bomba de hidrógeno, temió que, para estas fechas, los Estados Unidos no existirían.

¿Físicamente o como sistema de Gobierno?, le preguntaron, y él respondió: “Lo uno o lo otro, o ambas cosas”.

Su premonición se fundaba en el hecho de que, a pesar de haber tenido excelentes sistemas de información e inteligencia y grandes capacidades para vencer al enemigo aún antes de combatirlo en el terreno de la guerra, era descuidado y desmantelaba sus estructuras… una vez pasado el peligro.

Siguiendo la línea de sus reflexiones, otro eminente pensador, Paul Johnson, recordaba que “siempre hay una edad negra acechando a la vuelta de la esquina”, en alusión a los ciclos históricos que han afectado sobremanera--- a veces hasta colapsarlas--- a las más grandes civilizaciones.

El “shock” de estas premoniciones acaba de producirse.

La humanidad parece vivir desde ayer esa pesadilla, tras los horribles ataques terroristas que han sembrado la destrucción, la muerte y el pánico en los Estados Unidos.

Ataques que han sobrecogido de miedo a todos aquellos que ven en esta osadía una amenaza al más grande paradigma de la libertad y del poder del mundo moderno.

Desprevenidos frente a semejante oleada terrorista, los Estados Unidos parecían ayer un gladiador subido en el cuadrilátero con los ojos vendados, impotente para evitar que le vulneraran en pocas horas los símbolos de su poder económico y militar en Nueva York y Washington.

Las imágenes de millares de ciudadanos huyendo despavoridos por las calles de Manhattan o paralizados de espanto y llanto ante las dantescas imágenes de las torres gemelas desplomándose; el “stablishment” en situación excepcional de emergencia y precaución; un inventario de muertos y heridos aún sin levantar; una economía sacudida por esa onda expansiva de terror, han conturbado a todo el planeta.

Todos estamos tristes y asombrados.

Pensando, aquí, en los dominicanos que pudieron haber sido víctimas de estos atentados o de sus consecuencias.

En los impactos que esta tragedia tendrá en la economía y en nuestros intercambios.

Pero pensando también en el futuro de un mundo cuya seguridad está ya a merced de peligrosos y volátiles circunstancias.

Pensando en el apocalipsis.

En la posibilidad de retaliaciones inmediatas que vuelvan a sumir al planeta en una nueva conflagración.

Aun cuando tengamos esas sensaciones, aún en medio de este cuadro de miedos y desalientos, es preciso recobrar la fe y afianzar la convicción de que la verdadera guerra, la que tenemos que librar ahora, es aquella por la paz.

Por la concordia, por el fortalecimiento de los progresos materiales que la humanidad ha podido alcanzar en tiempos de paz, bajo los cuales construye en lugar de destruir.

Por una coexistencia civilizada de las naciones, en la que no quepan los absurdos de los fanatismos ni nacionalismos extremos, que sólo alimentan rebeliones y guerras.

El mundo, aturdido hoy por la gran tragedia del pueblo norteamericano, tiene que levantarse contra esta violencia irracional, condenándola y yugulándola y luchando por una nueva aurora.

Por la aurora de la paz.