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CONFERENCIA

El tránsito a la inmortalidad del prócer Francisco del Rosario Sánchez

Honor. El principal luchador por la independencia la noche del 27 de febrero de 1844, murió fusilado en San Juan cuando buscaba restaurar la soberanía.

Honor. El principal luchador por la independencia la noche del 27 de febrero de 1844, murió fusilado en San Juan cuando buscaba restaurar la soberanía.

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Víctor Gómez BergésSanto Domingo

Palabras pronunciadas por el doctor Víctor Gómez Bergés, magistrado del Tribunal Constitucional en San Juan de la Maguana, Recinto UASD, el 29 de junio de 2017, en el marco del seminario titulado: “El tránsito a la inmortalidad del prócer Francisco del Rosario Sánchez.

El ciclo de conferencias que ha venido organizando el Ministerio de Defensa sobre los Padres de la Patria, debe ser exaltado por todos los dominicanos, porque no hay nada más importante, que conocer la obra libertaria de los fundadores de la República para nuestros soldados y la concientización de las nuevas generaciones.

Por eso mis primeras palabras de hoy son para hacer nuestro reconocimiento a las Fuerzas Armadas, principal institución responsable de nuestra integridad como Nación.

Hoy hemos sido convocados para hablar de la obra de otro de nuestros patricios: Francisco del Rosario Sánchez. Ya en febrero lo hicimos sobre Ramón Matías Mella, en un gran acto en la Gobernación de Santiago.

Francisco del Rosario Sánchez, nació en Santo Domingo, el 9 de marzo del 1817, hace justo doscientos años y por su obra junto a Duarte, Mella y demás Trinitarios, nos parece que fue ayer. De ahí la grandeza de esos hombres y de nuestra Independencia.

Al conmemorar el segundo centenario de su nacimiento, debemos resaltar que Sánchez tuvo el privilegio de ser de los primeros que llevó consigo la alta responsabilidad de conocer y llevar los secretos de la fundación y actividad de la Sociedad Patriótica “La Trinitaria”, que forjó la conciencia de sus conciudadanos para la liberación de nuestro territorio de la voraz influencia haitiana radicada en el otro extremo de la Isla de Santo Domingo.

Nuestra isla tuvo el privilegio de ser el primer territorio tocado y descubierto por los grandes descubridores de nuestro continente encabezados por el consagrado “Descubridor de América”, almirante Cristóbal Colón con su llegada y desembarco en La Isabela, territorio hoy parte de la provincia norteña de Puerto Plata.

Alrededor de cinco años de fundada “La Trinitaria” el 16 de julio de 1838, ya se sentían los suspiros que alentaban el alma del grupo de jóvenes que tomaron la iniciativa de liberar nuestro territorio del dominio haitiano.

Juan Pablo Duarte fue el escogido por sus compañeros para dirigir la novel organización que desde el primer día enarboló como bandera la creación de una nueva Nación que sería bautizada como República Dominicana.

A esa empresa se unieron otros jóvenes como Francisco Del Rosario Sánchez, Ramón Matías Mella, José Joaquín Pérez, Pedro Alejandrino Pina, Féliz María Ruiz, José María Serra, entre otros.

No olvidemos que a mediados del siglo XlX los habitantes de nuestro territorio, vivían en medio de las mayores incertidumbres y adversidades, creadas por las permanentes invasiones de los haitianos y las angustias sembradas por la llamada España Boba, las que gravitaban con fuerza demoledora sobre el alma dominicana.

De ahí estas expresiones de Eugenio María de Hostos el “Ciudadano de América” que no debemos jamás olvidar: “La lucha que sostuvo el pueblo dominicano contra Haití no fue una guerra vulgar. El pueblo dominicano defendía más que su independencia, su idioma, la honra de su familia, la libertad de su comercio, mejor suerte para su trabajo, la escuela para sus hijos, el respeto a la religión de sus antepasados, y la seguridad individual. Era una lucha solemne de costumbres y principios diametralmente opuestos: de la barbarie contra la civilización”.

Cuando escuchamos aún hoy, voces aisladas que quieren ignorar la grandeza de la lucha por la independencia dominicana, parecería que las almas de donde provienen esos dardos de irresponsabilidad son almas del Infierno.

Basta conocer la lucha de los fundadores de la dominicanidad para que los coloquemos en el pedestal de la mayor grandeza, muy por encima de los valientes independentistas de los demás países del continente que no tuvieron que luchar con la fiereza de los dominicanos, porque sus adversarios no reunían las características religiosas, raciales, de costumbres y de idioma de nuestros vecinos occidentales de quienes nos independizamos.

La lucha por nuestra independencia fue diametralmente diferente a la de los demás países de la región, por eso la grandeza del sacrificio de los Padres de la Patria, que es incomparable.

Durante los primeros cuatro decenios del siglo XlX, el sentimiento de independencia afloró en la psiquis de las masas rurales en su casi totalidad, y ello apenas no pasó de ser una quimera en la mente aislada de un reducido grupo, que se manifestó en esporádicos conatos revolucionarios casi siempre ahogados en sus orígenes.

En ese aparente letargo de atmósfera colonial, languidecía el pueblo dominicano cuando hacia 1838 como ya vimos, Duarte fundó La Trinitaria.

Se podría afirmar que las débiles clases sociales que conformaban la sociedad dominicana de la época no habían adquirido lo que los sociólogos modernos denominan conciencia de clase; es decir, no constituían clases para sí y, en consecuencia, no habían asimilado la idea de la independencia pura y simple.

Los gobernantes haitianos, durante el ominoso interregno de la dominación, cometieron numerosos yerros como la aplicación en la parte española del Código Rural; la confiscación de terrenos comuneros para distribuirlos entre la clientela militar haitiana que Boyer quería complacer y mantener alejada del centro de poder de su élite; la prohibición del uso del idioma español en las comunicaciones oficiales; la pretensión de que los dominicanos asumieran parte de la deuda externa que Haití había contraído con Francia; la clausura de la Universidad de Santo Domingo, la Primera del Continente, y otros episodios no menos nocivos a la pervivencia de la cultura dominicana, que culminaría estimulando el sentimiento patrio y a consolidar la dominicanidad, quienes a raíz del derrocamiento de Boyer se fijaron como meta la ruptura definitiva de los lazos que mantenían las comunidades haitiana y dominicana para proceder a la creación de un Estado libre e independiente de toda potencia extranjera.

La bandera dominicana, que había concebido la mente preclara de Duarte desde 1838, y que confeccionó la señorita Concepción Bona, fue enarbolada por Sánchez en el baluarte del Conde y según consigna la tradición, Sánchez arengó fervorosamente a los próceres que se dieron cita en ese histórico bastión lo que sirvió de génesis al Estado Dominicano.

En aquel entonces, Francia, Inglaterra y España que encarnaban el decadente imperialismo europeo, eran las potencias que mostraban mayor interés por dominar toda la isla de Santo Domingo, aunque en el ánimo de los conservadores dominicanos, Francia era el país predilecto para ellos viabilizar sus proyectos anexionistas.

En el año 1859 Sánchez es expulsado del país y es estando fuera cuando se entera de las gestiones anexionistas que culminarían con la desaparición de la Patria de Febrero y tomó la firme decisión de casarse con la gloria.

¿Cómo Sánchez integra su historia a esta zona de San Juan de la Maguana?

Veamos este grande pasaje. Hallándose Sánchez asilado en la isla de Saint Thomas, el 20 de enero de 1861 lanza su atrevida protesta y se coloca a la altura del Fundador de la República proclamando: “YO SOY LA BANDERA NACIONALÖ” sin embargo, tuvo contratiempos que no le permitieron venir al suelo patrio en actitud de guerra.

Realizada la Anexión de la República a España el 18 de marzo de 1861, su patriotismo se exaltó y su quebrantada salud no fue impedimento para contenerle. Activó la expedición, y puesto de acuerdo con José María Cabral y otros dominicanos, desembarcó por Haití, donde contaba con la protección y ayuda del Presidente de aquella República Fabré Geffrard para su empresa de defender la Nación.

Este medió para lograr el patriótico objetivo de evitar la anexión, nada de censurable tenía, pero fue el pretexto empleado por la maledicencia y egoísmo de sus adversarios para tratar de mancillar su nombre.

Por ese paso se le hizo aparecer como aliado de los haitianos con propósito de traición futura a los dominicanos.

Pedro Santana, el anexionista, le contestaba su proclama con otra, acusándole de traidor. Los flagrantes traidores se lavaban de su pecado arrojándoselo encima a manera de manto inmundo, a quien en el momento tenía la más transparente e inmaculada alma de patriota. Y mientras Sánchez entraba por la frontera en el mes de junio, Fernando Taveras tomó el camino de Neyba, José María Cabral el de Las Matas, y él se dirigió a El Cercado. Bien acogido por las autoridades del lugar y conseguida la cooperación de la prestigiosa familia De Oleo, se preparaba a avanzar territorio adentro.

Las lluvias le detuvieron, y en el entretanto, la intervención del Gobierno Español cerca del haitiano hizo retirar la prometida ayuda del vecino país. Tal información la recibió primero Cabral, quien se puso a buen recaudo pasando la frontera, mientras un expreso llevaba a Sánchez la noticia.

Los habitantes de El Cercado, que de buena fe se le habían adherido, se consideraron perdidos ante el fracaso de su empresa, y resolvieron seguido ponerse a salvo de la acción punitiva del Gobierno, espera terrible, traicionando a Sánchez, que ya se preparaba a retirarse al suelo haitiano.

Salió de El Cercado conservando franca amistad con los jefes del lugar, pero Santiago De Oleo no apareció.

Éste sabía la ruta que llevarían Sánchez y sus compañeros. Le apostó una emboscada al pie de la Loma Juan De La Cruz, y allí fueron sorprendidos, donde se batieron todos como leones, aunque en su mayoría fueron apresados. Sánchez herido, rehusó la oferta de salvarse en las ancas del caballo montado por Timoteo Ogando. Conservaba la conciencia de su sagrado deber y la consiguiente responsabilidad de no titubear en el momento supremo de hacerse digno de su gloria.

Conducido a San Juan, junto con veintiún compañeros, un Consejo de Guerra los juzgó y condenó a muerte el día 3 de julio de 1861.

En todo el curso del juicio mantuvo entera su calidad de prócer, culminando en el gesto de esforzarse por arrojar sobre sí solo, toda la culpabilidad del hecho.

El día 4, camino del patíbulo, conducido en una silla de mano por estar herido, parecía transfigurado y mientras recitaba el Miserere levantaba su alma a Dios.

Tan pronto se vio ante el altar del sacrificio, resplandeció en toda su alma la nobleza que en ella nunca había dejado de latir, y expresó como final despedida y encargo a su familia ausente, que no recordaran su muerte con propósitos de venganza.

Para la historia, aunque no lo ha querido la incomprensión y la falta de patriotismo prevaleciente en la política, los caídos por la patria ese día se les llaman, los Mártires de San Juan.

Muchas gracias.

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