VIOLENCIA DE GÉNERO

Existen señales que delatan a los agresores

Foto de la vivienda de Andy Lantigua Monegro (Cocolo).

Foto de la vivienda de Andy Lantigua Monegro (Cocolo).

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Isaura Félix PeraltaSanto Domingo

Leticia Rivas fue novia de Alberto Sánchez (nombres ficticios), recién graduado de Ingeniería Civil, durante dos años, luego de un año y seis meses de relación, la estudiante de arquitectura comenzó a reaccionar ante las señas de violencia que emitía su compañero sentimental.

Con el tiempo, Leticia se dio cuenta de que, con frecuencia, tenía que pensar muy bien qué respuestas dar a las preguntas de Alberto; su forma de vestir cambió a sugerencias de su novio, quien nunca le dijo de forma directa que lo hiciera, pero sus comentario la condicionaban; ya no se reunía con sus amigos; siempre tenía que darle explicaciones de lo que hacía y cada vez que recibía una llamada de él, en vez de alegrarse, ella sentía angustia y temor.

Luego de conversarlo con Alberto, al no ver una intención de cambios, sino una reacción con mayor agresividad, aunque nunca la golpeó, Leticia no esperó ser una víctima de violencia física y terminó la relación.

Cuando la joven les comentó el motivo de su decisión a sus familiares y algunos amigos, todos expresaron sorpresa. No concebían que el muchacho inteligente, bien portado, alegre y simpático, fuera la persona que les describía Leticia en la intimidad de la relación.

Sin embargo, muchas mujeres no corren con la suerte de esta joven. A diario los medios de comunicación reportan al menos un hecho de violencia ocurrido en un hogar dominicano.

El hombre que representa al vecino admirable, trabajador porque cada día sale a buscar el pan de familia, el buen padre y esposo, porque a la luz de su entorno sacrifica sus sueños para levantar a su familia, resulta ser el agresor, que cada día ejercía un mecanismo de control verbal sobre su pareja, antes del desenlace fatal.

El “buen padre” que mató a su dos hijos

Al contactar a los vecinos de Andy Lantigua Monegro (Cocolo), de 33 años, el hombre que el 14 de abril estranguló a sus dos hijos de cinco y tres años, y luego se suicidó, todos coincidieron con que este era un hombre tranquilo, buen padre, que se dedicaba a trabajar para mantener a sus hijos y que buscaba mantener la unión con la madre de los niños, a quien no justificaban que no estuviera con ellos.

Lo mismo opinan los vecinos de Luis Miguel Castillo, quien estranguló a su hija de 12 años, el día 19 de abril, por un supuesto enfrentamiento con la menor tras reclamarle que llegó tarde a la casa, y le cuestionó acerca del rumor de que estaba embarazada.

Rafaela Burgos, directora ejecutiva del Centro para el Desarrollo y la Interacción Constructiva (CEDIC), explicó que el agresor no tiene un perfil definido, y que “muchas veces es difícil detectar las señales, porque el hombre violento, el agresor, puede tener un perfil positivo hacia fuera, puede ser visto como una persona que no tiene problemas, porque su carga de agresividad es hacia dentro, en la relación, es machista, su comportamiento con otros puede ser incluso pacifico, hasta sumiso, en ocasiones”.

Burgos explicó que la violencia conlleva una dinámica cuyo núcleo es la relación, la agresividad se ejerce con la pareja y los hijos, en el entorno familiar, sin embargo la pareja puede detectar señales como el exceso de control, el uso del poder, de la fuerza psicológica y física, acciones sutiles como la supervisión constante de lo que hace o decide, insultos, manifestaciones de ayuda como “te digo como tienes que usar, como tienes que vestir, como te tienes que peinar porque tú no sabes y yo soy quien te puede ayudar, porque te amo”.

Tanto Lantigua Monegro como Castillo fueron, en cierta forma, justificados por sus respectivos entornos, llegando de manera indirecta a responsabilizar a sus parejas de sus acciones criminales contra sus propios hijos.

David Martínez (Kiko), vecino de Lantigua Monegro, dijo que “Cada vez que é hablaba con la mujer, lloraba. Desde hace unos días, él se veía triste y yo le preguntaba qué tenía. Él me decía que los problemas, que tenía deudas y que quería criar a sus hijos con su mamá”, agregó. “Yo le dije que no le diera mente, que echara pa’ lante, que se buscara una mujer que lo ayudara a criar a sus hijos y que esa mujer le iba a sacar de la mente a Sori”.

Mientras que Felicia Santana dijo sobre Castillo que “era un hombre que no se metía con nadie. Todos los días el bañaba a su mamá cuando estuvo enferma, hasta el día de su muerte”.

La justificación y victimización de los agresores, responde a la dinámica de violencia que el entorno no ve, la pérdida de control, cuando la persona que está sometida a golpes, insultos y malos tratos decide apartarse, pudo ser el detonante, entre otros, que lleve a la agresión mayor.

Mientras, un vecino de Lantigua Monegro contaba que una vez este golpeó a su mujer, y que ese fue el momento en que ella decidió irse de la casa, las vecinas que participaban en la entrevista indicaron que él nunca la golpeó, considerando que era “la única vez” que lo hacía, asumiendo que un agresor debe golpear en múltiples ocasiones para considerarlo como tal.

Que las mujeres culpen a las mujeres “es un asunto cultural, porque este es uno de los delitos donde se responsabiliza a la víctima, hemos aprendido eso, lo hemos desarrollado como parte de nuestra cultura machista, que ha creado esa visión donde la mujer siempre es la culpable”, enfatizó la terapeuta familiar.

Agregó que cuando el agresor arremete contra sus hijos u otra persona que no es su pareja, “es una señal de advertencia, es el mensaje a su pareja de lo que les podría suceder si no se someten”.

Asimismo, la espiral de violencia incluye un proceso de arrepentimiento, por lo que también las víctimas se quedan atrapadas, confiando en el cambio. Además, no son conscientes del nivel de estrés que esta situación presenta, “Hay temor constante, hay un esfuerzo por evitar la reacción”, dijo.

Respecto a los procesos legales, Burgos expresó que los victimarios “Son capaces de engañar a las autoridades, cuando hay proceso legal, se muestran como personas incapaces de hacer las cosas de las que se les acusa, como hombres enamorados que harían todo por esa mujer”.

La carta que se encontró en la casa donde Lantigua Monegro mató a sus niños y se suicidó, es un reflejo del nivel de violencia del hombre, “Refleja la dinámica que caracteriza este hecho, pide perdón, pero también confirma sus amenaza a la mujer, la culpa a ella, se justifica”, Burgos agrega que en la carta el hombre “quiere parecer altruista, pero lo que en realidad refleja es su egoísmo, que solo piensa en su necesidad de hacer su voluntad”.

En una relación es fácil identificar las advertencias que revela el agresor, “Los familiares pueden ayudar, no aceptar como normal que un hombre sea celoso, eso no es amor, es un mito. No aceptar que una mujer tenga que someterse y pedir permiso, esos no son los roles sanos adecuados y justos”, puntualizó Burgos.

“No importa que el agresor sea mi hijo, hija o mi familiar sea la víctima, hay que estar alertas, hay que hablar y que tomar acciones preventivas para detener la situación, la denuncia puede ser un recurso, aunque sea imperfecta, se ha trabajado mucho para que se considere un delito y una situación de orden público”, reflexionó.

Rafaela Burgos

Luis Miguel Castillo residía en el tercer nivel de este edificio.

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