TRIBUNA ABIERTA
Categórico repudio a un libro herético
Están repletas de oprobio las páginas del infame libro de la señora Angelita Trujillo, que con bombos y platillos sus amigos y familiares intentaron presentar en nuestro país nada menos que en febrero, ¡en el Mes de la Patria! Esas páginas, repletas de herejías, han levantado las tapas de los ataúdes y han hecho recordar las ignoradas tumbas de las víctimas de la tiranía, las torturas, la persecución. Han hecho estremecer los corazones de incontables madres, hijos y familiares adoloridos. La desafortunada autora, no conforme con hacer una apología de Trujillo, pretendiendo reivindicar la memoria de quien se convirtió en el más sanguinario tirano de América Latina, ha intentado subestimar la inteligencia de los dominicanos y su capacidad de discernimiento. En su intento, la autora de marras ha atentado contra la dignidad y trayectoria de muchos dominicanos que lucharon por la libertad. Ha herido la dignidad de personas que arriesgaron sus vidas, sacrificaron sus familias y sus bienes; ha reabierto las heridas emocionales de quienes padecieron vejaciones, torturas y exilio y se empeñaron en rescatar la moral de todo un pueblo. En su legajo se propone enlodar familias, destruir reputaciones, convertir las víctimas en victimarios, llegando a involucrar a uno de los héroes del 30 de mayo, don Luis Amiama Tió, en la planificación del asesinato de las hermanas Mirabal, heroínas de la patria; horrendo crimen que todo el mundo sabe que fue ordenado por su padre. Igual pudo decir que se trató de un verdadero accidente. Su pretensión es inútil, ya que su versión, en lo que ella equivocadamente ha llamado “libro de historia”, jamás puede echar por tierra la verdadera historia de nuestro país. Parecía fácil aprovechar algunas imperfecciones de nuestra democracia para sacar ventaja propia, para confundir al país a través de su visión retorcida de los hechos, dulcificando la figura de su padre y glorificando su nefasto período de gobierno. ¿Valdrá la pena reaccionar ante ese libelo y ante las infames intenciones de la hija del sátrapa? Considero que sí vale la pena, sobre todo para orientar adecuadamente a las nuevas generaciones. Y para ello nos inspiran el recuerdo de todos aquellos que se inmolaron por la libertad de nuestro pueblo; el incondicional respeto a la memoria de nuestros familiares que a destiempo partieron para siempre; y el deber de repudiar el fallido intento de esa señora por pretender subvertir olímpicamente el curso de la historia nacional en cuanto respecta al oprobioso régimen que encabezó su padre. En el arte de escribir existe un tipo de prosa capaz de crear y difundir ideas claras, con fundamento. Pero también existe la prosa falaz, al servicio de la mentira. Y es que para ciertas personas sin escrúpulos la mentira es un arte, como el crimen lo era para el tirano Rafael L. Trujillo. Así existe el arte de mentir; mentir por y para hacer daño. Expertos han comprobado que quien miente, encuentra en la falsedad un verdadero escape y visualiza la mentira como una forma de supervivencia. Crea falacia y ficción para reducir el temor que siente al enfrentar la realidad. Destacados historiadores y escritores han realizado investigaciones respecto a la gravitación de los libros de Trujillo en la historiografía dominicana. Según sus señalamientos, algunos de los primeros en escribir acerca del tema fueron autores extranjeros, cuyos libros estuvieron plagados de errores e inexactitudes debido a que estos autores se limitaron a escasas fuentes e informaciones provenientes de la familia Trujillo y sus seguidores, quienes aprovecharon el vacío de información entonces existente en torno al complot que eliminó físicamente al dictador Trujillo para desacreditar y difamar a los protagonistas de la gesta libertadora y a sus allegados y familiares. Según lo expresado por los investigadores del tema, es un hecho comprobable que la campaña mediática del gobierno trujillista, bajo la dirección de Ramfis Trujillo y Joaquín Balaguer, influyó de manera considerable en los autores foráneos y en los primeros autores dominicanos que escribieron sobre el hecho heroico del ajusticiamiento y por tal motivo prevaleció una versión contaminada e injustamente injuriosa. Según esos expertos, tomó bastante tiempo desmontar la maquinaria totalitaria que instauró Trujillo y no fue hasta el año 1978 cuando se inició en Santo Domingo el verdadero proceso de institucionalización democrática, lo cual propició, en el campo de la historia nacional, un proceso de rectificación histórica sin precedentes. En los libros de texto de la época, el tema de la dictadura de Trujillo se estudiaba como mucho, en dos o tres páginas y en el período de Balaguer muy pocos se inclinaban a hacer publicaciones que abarcaran ese tema. Había en nuestro país una avidez por conocer detalles esclarecedores sobre el tema. Pero a partir de los años 90, diferentes historiadores y escritores comenzaron a publicar sus trabajos, basados, según sus propias expresiones, en investigaciones fidedignas provenientes de diferentes sectores, después de haber verificado su veracidad utilizando diferentes métodos, incluyendo fuentes documentales fiables y comprobables. Abundan, además, libros y otras publicaciones realizadas por aquellos que sufrieron en carne propia las torturas y vejámenes en la cárcel de “La 40” y de “El 9”. Son conmovedoras las imágenes que aparecen en las grabaciones y fílmicas, testimonios de sobrevivientes de las cámaras de torturas, de afligidas madres, viudas e hijos de las víctimas de la tiranía, en los que abundan los datos verídicos de muchos protagonistas de aquel funesto capítulo de la historia dominicana. Existe, a la fecha, un profuso material documental, incluyendo numerosas publicaciones realizadas en los diarios y suplementos semanales. Se dispone, por lo tanto, de una importante fuente de datos que ha constituido una valiosa herramienta para el estudio de nuestra historia y para provecho de aquellas generaciones que no conocieron la dictadura de Trujillo y que gracias a estas contribuciones han disipado su avidez respecto al tema, formándose una idea clara y objetiva acerca del régimen al que estuvimos sometidos durante 31 años. Como puede comprobarse, la realidad sobre la dictadura de Trujillo está ampliamente documentada a través de todas las publicaciones y medios mencionados, pero la autora del libro que alguien ha tenido la infeliz ocurrencia de llamar “joya de nuestra historia” prefirió ignorar aquellos testimonios en los que se ha buscado la verdad en el corazón mismo de la realidad. No hay derecho a que se intente desvirtuar la memoria histórica. No hay razón para que se atente contra la dignidad de un pueblo, pretendiendo promover el trujillismo, práctica que está prohibida legalmente en el país, mancillando la integridad de sus seres humanos y la de quienes participaron en sus hazañas libertadoras. Por tal motivo, en los últimos días, distinguidos miembros de diferentes estratos de la sociedad han enfrentado, oponiéndose a la promoción del trujillismo en nuestro país, a una maniobra con una gran ofensiva, perversa y difamatoria. Evidencia de esto son los “testimonios” que figuran en algunos de los capítulos del libraco, provenientes de grabaciones realizadas en programas de televisión efectuados en nuestro país hace algunos años, los cuales “resultaron idóneos” para la autora, empeñada en lograr un objetivo: despejar dudas, desligar su nombre y el de su ex marido de acontecimientos ocurridos hace 50 años, durante las postrimerías de la dictadura. En esa época comenzó a correr, casi en secreto, la especie de que ella y su ex marido habían tenido que ver con el súbito deceso de mi hermana Pilar Báez de Awad, a la edad de 20 años, al dar a luz a su primera hija y con el de su esposo, Jean Awad Canaán, en un supuesto accidente automovilístico, ocurrido en el mismo año, nueve meses más tarde. No son sorprendentes los epítetos y subterfugios utilizados en el capítulo donde pretende defenderse, al referirse a la muerte de mi hermana Pilar y a la de su esposo, Jean. Tal infamante reacción, no es más que una reafirmación de su tenebrosa estirpe, de su esencia misma, cónsona con la naturaleza mostrenca de quien fue su padre, el tirano Rafael L. Trujillo. No fueron pocos los testimonios de quienes conmovidos se acercaban para comentar acerca de los pormenores que marcaron el final de los días de esa joven pareja, acontecimiento que laceró profundamente a nuestra familia. Fueron numerosas las fuentes que daban cuenta de las evidencias existentes, indicando que sus muertes habían sido provocadas, en tiempos en que no existía en nuestro país el menor respeto a la vida humana. Es absurdo imaginar que en el marco de aquél régimen tiránico podía ventilarse una situación semejante, cuando los hombres eran presa de la impotencia y nadie ni remotamente podía despertar la ira del tirano. Tras la caída de la tiranía, los comentarios respecto a ese hecho tan doloroso y abominable eran de dominio público. Eran múltiples los rumores provenientes del propio núcleo que rodeaba a las parejas de esposos y de personas íntimas, bien intencionadas que habían obtenido informaciones confidenciales al respecto. La prensa y muchos otros medios de comunicación, se hicieron eco de los pormenores obtenidos directamente, por diferentes vías, respecto a la trágica muerte de mi hermana y de su esposo. Los medios comenzaron a hacer diversas publicaciones ofreciendo la versión que habían obtenido de parte de sus propias fuentes de información, lo cual coincidía, en todo momento, con los testimonios obtenidos originalmente. A través de los años, estos testimonios fueron del conocimiento público de la mayoría de los dominicanos. Según consta en las páginas del libro que publiqué hace algún tiempo, “Si la mar fuera de tintaÖ”, nuestra madre, en una postura que reafirma los valores que la caracterizaron durante toda una vida, asumió la más digna posición cuando al manifestarle mi inquietud como niña en aquel entonces, tras escuchar incesantemente, en todas partes, muchos comentarios respecto a la muerte misteriosa de Pilar y Jean y los motivos que las ocasionaron, me contestó enfatizando: “Los Trujillo eran capaces de tantas atrocidades y se vivía de forma tal, que la veracidad de ningún rumor que surgiera podía descartarse por completo.” “Fue tan grande el dolor que sentimos, que mientras los comentarios eran de dominio público, no me cansaba de repetir que dejaba todo a Dios, a la Justicia Divina.” Y adelantándose, quizás a aquellos que son presa de la maledicencia, exclamó con la sensatez que la caracterizaba: “Nosotros como familia, jamás especularíamos con algo tan doloroso; en algunos momentos he sentido que las fuerzas me faltan pero me he apoyado en Dios que ha sido mi roca, mi soporte”. Este es el testimonio de una madre traspasada por el dolor, que apoyada en su fe, en la Justicia Divina y en sus valores morales, se exime de lanzar improperios de los cuales podía valerse ante la situación, haciendo uso de su legítimo derecho. Nuestros historiadores han realizado una ardua labor en beneficio de la memoria histórica del pueblo dominicano y cuando se atenta contra este patrimonio, los daños ocasionados pueden ser irreparables. ¿Cómo aceptar este intento de la hija del sátrapa, quien ha llegado hasta el colmo de asegurar que su padre sentó las bases de la democracia en nuestro país? Todas las conquistas de libertad, dignidad humana, sistemas de garantías civiles, el derecho de pensar, el libre tránsito, todos los atributos inherentes al derecho natural arrancan de la jornada histórica del 30 de mayo. Trujillo se apoderó de la República Dominicana como si fuera su hacienda personal al tiempo que para mantenerse en el poder aplicó los más crueles métodos de tortura; métodos que ahora su hija pretende desconocer. El dictador firmó su sentencia de muerte al conculcar los más sagrados derechos del hombre, al no dar alternativa democrática alguna, creyéndose insustituible, auto designándose Padre de la Patria Nueva, Benefactor de la Iglesia, y perpetuándose en el poder para garantizarse junto con sus familiares más íntimos la enorme fortuna que sustrajeron al Estado dominicano. Fueron innegables los anhelos de libertad del grupo de valientes hombres que pusieron fin a la tiranía, algunos de los cuales, teniendo motivaciones personales, o cargos en el tren gubernamental, no dejaban de exclamar entre sí: “¿Hasta cuándo?”, siempre con el inmenso riesgo de ser delatados al Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el más poderoso órgano represivo de las tiranías de América Latina, que respondía directamente al dictador. Las posiciones de algunos se convertían en humillantes ante la descomposición que había llegado a imperar en el país, el terror, los agravios y vejámenes de que Trujillo hacia víctima hasta a los que llamaba amigos. El descalabro nacional al que estaba sometido el país, los incontables crímenes contra opositores del régimen, a lo que se agregó el abominable asesinato de las Hermanas Mirabal, fueron factores que provocaron una desesperación y vergüenza de tal magnitud, que muchos jóvenes y adultos arriesgaron sus vidas y sus propias familias enfrentando a la dictadura con el firme propósito de liberar a su patria de una tiranía que le negaba al pueblo el más grande de los dones que Dios dio al hombre, la libertad. Así, hicieron suya la expresión de Miguel de Cervantes: “Por la libertad se puede y se debe arriesgar la vida.” Gracias a la participación de ese grupo de hombres valientes, cuya moral la hija del tirano pretende volver a destruir con sus infamias, y a los innumerables esfuerzos de numerosos patriotas que les antecedieron y abrieron los caminos, se restauraron en nuestra patria los más elementales derechos humanos. Está comprobado y documentado que sólo sus allegados podían eliminar al tirano. El cónsul norteamericano en el país, a finales de 1960, Henry Dearborn, llegó a expresar: “Si yo fuera dominicano, lo que no soy, gracias a Dios, yo preferiría destruir a Trujillo, por ser ese el primer paso necesario para la salvación de mi país y yo contemplaría eso, en efecto, como mi deber cristiano.” Y agregó: “Si se recuerda a Drácula, vendría a la memoria que fue necesario clavarle una estaca en el corazón para impedir la continuación de sus crímenes.” Los hombres que participaron en el hecho histórico del 30 de mayo de 1961 fueron reducidos a prisión por Ramfis Trujillo y sus secuaces, padeciendo las más horrendas torturas (imaginables sólo en la ficción) por parte de los sanguinarios sicarios del régimen y por los propios hijos de Trujillo. Tras el tiranicidio, decenas de hombres, mujeres y hasta jóvenes adolescentes, familiares de los participantes en la Gesta del 30 de Mayo llenaron las cárceles del país al ser apresados, siendo la mayoría de ellos objeto de inenarrables torturas, producto de la maquinaria de terror implementada por la dictadura, utilizando los mismos métodos que habían aplicado a los connotados y valientes hombres y mujeres que años atrás en un gesto de patriotismo habían alzado su voz en contra del nefasto régimen: los integrantes del desembarco de Luperón, de las heroicas expediciones de Constanza, Maimón y Estero Hondo y los jóvenes del valeroso y nutrido Movimiento Clandestino 14 de Junio, los jóvenes Panfleteros de Santiago, así como los héroes anónimos que sufrieron la embestida de la maquinaria de Trujillo. Durante los seis meses de agonía de la dictadura, sus métodos no desaparecieron. La simulación de sus esbirros se manifestó de nuevo en mi casa paterna, cuando mi familia, estando prisionero mi padre, Miguel Ángel Báez Díaz, recibió la siniestra notificación de la Fiscalía del Distrito (cuya copia conservamos) invitándolo a comparecer ante el funcionario judicial. En aquel momento, no sabíamos si vivía o si había sido asesinado. Sí sabíamos, en cambio, que había sido apresado la mañana del 31 de mayo de 1961. Era ése el sistema que había llegado a imperar en nuestro paísÖ la simulación, la farsa, el encubrimiento. Estos métodos abominables comenzaron a desaparecer hace ya muchos años en la República Dominicana, gracias a quienes hicieron honor a la frase de Barére, el célebre político y revolucionario francés: “El árbol de la libertad sólo crece cuando se riega con la sangre de los tiranos”. Constituye un atentado contra nuestra memoria histórica que se intente a través de una manipulación de los hechos reales y de la difamación, alterar los hechos históricos que han marcado nuestro devenir como nación. Parece imposible que a casi medio siglo del ajusticiamiento, se pretenda confundir a la ciudadanía, aprovechando la impunidad que a lo largo de ese período han disfrutado muchos esbirros, ex agentes del SIM, y hasta miembros del círculo íntimo de la familia Trujillo, que huyeron del país evadiendo al sistema judicial dominicano que incluso llegó a condenar en contumacia a 30 años de prisión a Ramfis Trujillo y al entonces marido de Angelita, Luis José León Estévez, por los crímenes cometidos en Hacienda María el 18 de noviembre de 1961. El paso del tiempo, como pátina silenciosa que deja sus huellas en la pérdida de la memoria o la partida al otro mundo de muchos testigos de aquella época de nuestra historia, ha hecho posible también que las nuevas generaciones desconozcan esa parte de nuestra historia contemporánea. En la prensa local y en los medios de comunicación no han faltado reportajes, reseñas, voces calificadas y responsables que han desenmascarado ante la opinión pública la naturaleza de las pretensiones de la hija del tirano con su libro herético. Más rápido de lo que jamás imaginó quedó desarticulado el daño que dicha señora quería hacer a los dominicanos, en momentos en que como nación debemos unir nuestros esfuerzos para tratar de lograr superar los males que nos agobian y empeñarnos cada día más en que existan las herramientas educativas necesarias para consolidar la sociedad, basada en la honestidad, la integridad, la verdad, la justicia, el respeto a los derechos humanos y el rescate de nuestros valores patrios y de nuestros valores como nación. Es nuestro deber preservar los principios democráticos en un marco de respeto y enaltecer el valor de nuestras hazañas libertadoras. Porque cuando no existan símbolos, cuando no existan ideales ni acciones heroicas que sirvan de ejemplo para el presente y el porvenir, no existirá en nuestro país un verdadero espíritu de patriotismo.