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CINE

Amour: Una obra maestra de Haneke

Sin lirismos fuera de tono, ni casualidades comerciales, estamos frente a una obra maestra que respira amor. Michael Haneke (Munich, 1942) conmociona en contenido y forma. Demuestra que el verdadero amor también puede engendrar sentimientos de crueldad.

Esta es una de esas cintas donde el tema eterno en la tercera edad asume rumbos distintos a otras producciones de gran factura (“Una canción para Martin”, de Billie August, por ejemplo) que lo han esbozado. Aquí hay un drama sobrecogedor y un guion ejemplar, perfecto. Un trío de actores vitales (Jean Louis Trintignant, Emmanuelle Riva y Isabelle Huppert) arrasan delante de la cámara.

El personaje de Trintignant sabe tener sangre. Huele a humano. Haneke lo construyó a prueba de caricatura; le insufló resortes para entrar en su piel y sufrir su dolor y entender sus acciones frente a su amada quien, poco a poco, se va deshojando como las flores en otoño. Con ese trío de actores, y las excelencias de una puesta en escena adulta, Haneke consigue una obra donde todo transcurre dentro de un apartamento con apenas una escapada a la sala de conciertos. Esto, de por sí, se acerca a ciertas claves de otras obras de Haneke como “Funny Games”, “Caché” o “El video de Benny”, donde los espacios interiores señorean. Posee una cinematografía uniforme que transcurre como la corriente de un río: por sus misterios, siempre viaja por senderos desconocidos.

Al Haneke de los filmes de tensión y suspenso, no le tiembla el pulso para inyectar crudeza. Esa virtud de una buena parte de su cine lo ha llevado al estrellato. Solo basta leer detrás de los parlamentos, otear la mirada protagónica y seguir el día a día de la historia para darnos cuenta de que el espiral dramático brilla. Incluso, introduce elementos de suspenso para despertar inquietud. Su final, inesperado y creativo, está matizado por elementos drásticos, capaces de hacer tragar en seco, de abandonar la butaca y comerse las uñas.

La banda sonora integra la música de Schubert, Beethoven, y Bach y sirve también como anestesia sublime en personajes abiertos a morir. Nada mejor para ilustrar esta historia universal que retrotraer los valores sentimentales del ser, valores a veces tan olvidados por la prisa del presente en que vivimos.

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