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El guardacosta (1 de 2)

Esta obra pertenece a la primera etapa del cine de Kim Ki-duk. Esa etapa que lo catapultó (junto a Corea) lejos de las fronteras asiáticas. Para muchos fue su mejor período. Ese que se inicia con “Cocodrilo” (2000) y concluye con su obra maestra “Hierro 3”.

Si bien su segunda etapa no ha superado las excelencias cinematográficas de la primera, no puede desdeñarse. Por el contrario todo su cine es un canto al hombre coreano que trata de salir adelante en un mundo que lo rechaza ante el fenómeno de la globalización.

El silencio, la soledad, la violencia de género, la perspectiva deshumanizante, el protagonismo de los desclasados sociales, el temor ante la inseguridad, la indiferencia de las autoridades, los escenarios naturales, la no reiteración de actores entre película y película, la escritura de guiones no comerciales y la mirada cruda y despiadada ante la indefensión, son rasgos de sus cintas.

Artistas, buscavidas, desheredados de la fortuna, y traumatizados sociales, protagonizan sus historias. Ellos se enfrentan a un medio social que los rechaza por su origen.

Una peculiaridad interesante de sus filmes es la escenografía. Las escenas suceden en los mismos territorios, cambiando sus escenarios. Todo el cine de Ki-Duk Kim se adentra en terrenos marcados por el dolor, el desgarramiento y el desequilibrio.

“The Coast Guard” no solo se inscribe dentro de esta línea de producción, sino que se puede considerar entre sus mejores películas de esa primera etapa. El director coreano vuelve a tratar el dolor humano con una puesta en escena inolvidable. En este filme, el dolor es la locura, la pérdida de la lucidez y la desesperación.

Es también uno de los proyectos antibelicistas que surgieron en Corea del Sur durante un corto período de tiempo. “Joint Security Area” (“JSA”, Park Chan-wook, 2000), y “Lazos de Guerra” (2004, Kang Je-gyu) lo secundan en la breve pero efectiva lista de cintas pioneras de este género.

Mientras que “JSA” profundiza mucho más en la intriga, “The Coast Guard” lo hace a través de su protagonista. Kim es mucho más profundo y se centra más en el drama psicológico, mientras que Park es más visceral. Los dos son distintos y, a la vez, grandiosos.

En “El guardacosta”, el director acude a su violencia cinematográfica junto a imágenes hermosas; permite que el espectador descubra, al mismo tiempo, un abanico de posibilidades éticas y estéticas en su discurso fílmico. La fotografía no solo retrata, sino que sabe construir ecuaciones con elementos comunes, algo poco visto en un cine que apunta a la denuncia social sin muchos devaneos. Escenas como las del boxeo en la playa o la hermana loca en la pecera, resultan inolvidables.

Pese a recurrir al absurdo (continúas disputas y pleitos entre soldados y/o civiles, ya bien subordinados o un superiores jerárquicos), el filme dibuja un eje central sobre el que transcurre la propuesta: una espiral interminable de la violencia que en el fondo resulta ilógica pero que deja huellas imborrables en los personajes.

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