DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

Foxcatcher

No es lo mismo actuar que caracterizar. La historia del cine esta llena de buenas caracterizaciones que no han pasado de ser eso, así como buenas actuaciones que no necesariamente han recibo el debido retoque transfomador del personaje al nivel de la calidad interpretativa. ¿Ejemplos? Ese Humprey Bogart cumplía los dos requisitos histriónicos en sus personajes, tanto detectivescos (Sam Spade) como dramáticos (“Casablanca” o “El tesoro de la Sierra Madre”, por ejemplo). En él, así como en muchos de su generación (Edward G. Robinson, Peter Lorre o Sydney Greenstrett) se podía descubrir el fondo de sus entrañas a través de transformaciones, elipsis, ditirambos y diatribas que conformaban el rico universo del alma humana. Más acá, un actor como Daniel Day Lewis siempre fue provisto de un esmerado trato formal en el diseño de sus personajes. Por eso todas sus actuaciones han sido memorables, ya bien en obras maestra (“My left foot”) como en producciones comerciales (“Gansters en Nueva York”). Todo lo contrario se resumen los personajes de los bailarines devenidos en actores Richard Gere y Patrick Swaze (este último ido a destiempo), bien caracterizados, pero con actuaciones olvidables, incluido el musical “Chicago”, muy laureado injustamente. Recientemente, en la nominada al Oscar “Foxcatcher” (Bennett Miller, 2016, 126 min.) se resume la dicotomia actor-caracterizacion en sus tres protagonistas, las distintas variantes que apuntan a hacer converger, o no, tanto en calidad, como en pericia, el equilibrio profesional de un actor que recibe una buena caracterización por la que se espera que su trabajo frente a la cámara provoque en el espectador sentimientos encontrados se dan la amno en esta obra. En primer término el espectador descubre la dualidad entre la aceptable labor interpretativa del héroe positivo, Channing Tatum, quien a pesar de su caracterización aceptable por sintetizar el entramado rudo y poco razonador de un luchador, no le imprime a su personaje la enriquecedora atmósfera del ser que lleva dentro. Su actuación, descuidada y olvidable no se corresponde con el perfil trazado por quienes lo caracterizaron. Y eso es culpa del guión. Otro tanto sucede con el protagonista, Steve Carell, quien actúa mucho mejor de lo que fue diseñado y eso provoca sentimientos rutinarios en su salida a escena, sobre todo en los momentos cumbres de la película donde la frialdad de su expresividad roza lo ridículo. Todo lo contrario viene en el trabajo hecho alrededor del coprotagonista Mark Ruffalo, un personaje en el que se funden franca armonía de la mano del creativo y la sabiduría del actor quien, a diferencia de los casos anteriores parece haber aportado al guion un elemento de naturalidad que mucha falta le hacía a la pelicula. Por último, vale mencionar a la siempre efectiva e inolvidable actriz inglesa Vanessa Redgrave, esta vez como madre del mecenas, el señor Dupont.

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