DÍAS DE CINE

‘Toy Story’

PIXAR SIGUE SIENDO BRILLANTE

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Armando Almánzar R.Santo Domingo

Cuando este film, “Toy Story 3”, se inicia, aparece, rutilante y fastuoso, el logo de Walt Disney. Y, como Disney tiene décadas y décadas de triunfos de todos los tipos y colores, quien no está al tanto de los detalles concernientes a la presente cinta en dibujos animados puede pensar que, por supuesto, nada más justo que el hecho de que sigan haciendo estupendas cintas del género que sea. Pero, en la realidad de los hechos, Disney hace años que ya no es lo que fue durante tanto tiempo, y que fue esa otra empresa, cuyo logo aparece tras el de la multimillonaria inicial, la que consiguió darle nueva vida a los añejos creadores del Sr. Walt Disney: Pixar. Porque Pixar, una empresa pequeña, prácticamente artesanal si la colocamos al lado del gigante, se dio a conocer a mediados de los 90 cuando hizo la primera versión de “Toy Story”, en 1995, reafirmando luego su gran calidad y su estilo impecable, gracia e imparable capacidad imaginativa con la parte 2 en 1999. Y, como es natural, eso le puso los ojos vidriosos a los magnates de Disney, que hicieron una tentadora oferta a los pequeños económicamente pero grandes como creadores y estos, tal vez cansados de tanto esfuerzo, pues se unieron al gigante. John Lasseter, director y guionista de las dos primeras, co-guionista de esta, productor de todas, es el responsable de la calidad de esos films. Todo eso lo hemos recordado y asimilado viendo “Toy Story 3”, dirigida por Lee Unkrich, con guión en el cual, junto a ese mismo señor, figura el ya señalado Lasseter y Michael Arndt, quienes han urdido lo que nos parecía imposible porque, ya lo saben, nunca segundas partes fueron buenas y terceras aún menos, algo que siempre se ha dicho y repetido pero que ahora se rompe porque la segunda fue estupenda y la de ahora posee una comicidad tan sutil y elegante, una serie tan desmedida de incidentes, aventuras y esguinces que nos deja pasmados cuando creíamos que íbamos a encontrar las reiteraciones, las exageraciones, las tonterías en las que incurren todos aquellos que quieren “forzar el mingo”, como expresan los amantes del billar cuando quieren decir que se quiere hacer más de la cuenta cuando ya no se puede forzar una historia. Y es que el tal relato surge de manera tan natural y espontánea que asombra: todos aquellos que, al llegar la época de adolescencia, tienen que olvidar los juegos y juguetes infantiles han vivido lo que se vive en este relato fílmico. Y son esos propios juguetes los que experimentan ese vacío existencial cuando su propietario, Andy, parte hacia la universidad y él y su madre tienen que decidir qué hacer con esos juegos, o sea, con Woody el Vaquero, con Buzz el Astronauta, con la pareja Cara de Papa, etc. Son ellos, los juguetes, quienes esperan que, por lo menos, les abandonen en el ático. Pero, cuando, por una sencilla confusión, van a dar a la basura, ese hecho da pie a una larga serie de aventuras y desventuras por las que pasan tanto en esa especie de descenso a los infiernos del basurero como luego en la casa donde son acogidos y donde hay algo así como una tiranía cruel de los juguetes originales del lugar para con los recién llegados. Y hay detalles formidables: las transformaciones del carácter de Buzz, los vaivenes del “bebé”, el encuentro entre Ken y Barbie,en fin, que todo el relato está salpicado de un enorme caudal de detalles de gran originalidad, de mucha gracia y de una certeza implacable en la creación de los personajes, tanto en su trazo como en sus caracteres, decires y reacciones. Sin lugar a duda alguna, es de lo mejor de este año.

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