Livianos de equipaje

El esposo de mi amiga es alemán. Un año tardaron los trámites para lograr que recostaran la cabeza en la misma almohada. Es un hombre hogareño. Le gusta cocinar. Hornea hasta pan. Dice que el dinero gastado en comida es innegociable. Sentarse alrededor de la mesa, con la gente amada, es un regalo para él. Y ciertamente la mayoría de cosas hermosas se comparten alrededor de una mesa de alimentos, sea el bufet más espectacular o la sencilla y sabrosona yuquita con huevos fritos y aguacate.

Me disfruto que el amor venza fronteras y que en el proceso de convivencia agradezcamos aquello que el otro nos suma. Otra bendición es amarse, incluso, en las diferencias. A mi amiga y su amado alemán, les brillan los ojos. Lo que él no sabe es que otras personas también aprenden con él a priorizar lo que realmente tiene valor.

Por ejemplo, el residente en el occidente de Europa, tiene lo que realmente necesita. En su casa no hay dos y tres salas. Tampoco un montón de muebles, repisas, estatuas, fuentes ni ®bicuises®. En su mesa están las sillas de quienes comen diariamente y en los demás espacios lo preciso para vivirÖel día a día.

Tan diferente a nosotros, los que respiramos en este costado del Caribe. Donde sobresale la ambición por tener más de una casa que no habitaremos, vajillas con telarañas por el desuso, cuadros, ropa y 80 pares de zapatos para un par de pies.

Me emociona saber que el tiempo, la distancia, la prisa, los temores, los Trump y las guerras no le han robado al ser humano la capacidad de amar. Y me hace feliz advertir modelos de humanos livianos de equipaje, quienes enseñan en silencio la importancia de vivir libres de las cadenas de la apariencia y con el alma frente al sol. ¡Feliz Navidad!