Oficio
La satisfacción de realizar una labor artesanal con amor
Dos operaciones en uno de sus ojos, más de ocho décadas de vida y su columna que ha comenzado a presentar problemas no han sido obstáculos para que Juan de la Rosa Espinal Báez deje de tejer con guano.
Inició con esa práctica a sus nueve años de edad. Según narra, él y sus hermanos aprendieron el oficio desde muy pequeños, pues su padre se preocupó por enseñarles las técnicas y procesos para que el guano se conviertiera en herramientas de trabajo, adornos y utensilios del hogar.
En la actualidad, solo fabrica macutos, a diferencia de años atrás. Detalla que antes de que la catarata le desmejorara considerablemente la vista, podía cortar el guano, prepararlo y con este hacer cientos de escobas para vender.
Por generaciones “Tejer es una herencia que viene por generaciones”, cuenta Espinal. La confección de látigos, sogas delgadas, envolturas de tabaco, entre otros, representó una vía de ingresos, tanto para sus familiares, desde años atrás, como para él, quien lo tomó como un trabajo de medio tiempo para mantener a su familia.
Concomitante, recolectaba café y criaba cerdos, con el fin de llevar lo necesario a sus 10 hijos y a su esposa, la cual ha sido su compañera de vida durante 55 años.
Parte de su vida Desde hacen 72 años está en la elaboración de artículos apartir del guano, y a pesar de que solo tiene visión clara de uno de sus ojos, manifiesta que dejar de hacerlo está difícil, debido a que le hace falta, y se entretiene.
Tiene un quiosco donde se sienta a refrescarse y a realizar sus manualidades. Allí van sus nietos y nietas a acompañarle y juguetear con él. También vecinos y personas que viven retiradas de su comunidad, a quienes les llama la atención lo que hace.
En el presente puede mantenerse sin necesidad de tejer, sin embargo, es tan grande su constumbre que le cuesta hacerlo a un lado. Sus hijos no están en total acuerdo con que él continúe, por la razón de que les preocupa su salud visual.
En la práctica Sonriente explica como antes eran abundantes sus producciones y que escasas son ahora. Como ya no puede salir a los bosques a buscar lo necesario para sus confecciones, lo compra.
“Compro el guano por salta, que es 50 guanos”, indica. Antes vivía en una localidad llamada Mata Grande, de San José de las Matas, y allá le era fácil salir a buscarlo, pero resultaban más difíciles otros asuntos del diario vivir, los mismos que luego de haberse mudado en Pedregal, de ese municipio, han sido más cómodos.
Resalta que años atrás, la cantidad y frecuencia con que las personas visitaban su casa para conocer cómo realizaba sus artículos era numerosa; ahora ha disminuido notoriamente, realidad que la atribuye al poco interés de la nueva generación en aprender los procesos artesanales que antes eran tan llamativos.
Por el área donde vive, de varias personas que se dedicaban a ese oficio, solo queda él, quien tiene en sus planes continuar con la práctica; aún con sus 81 años de edad, sus hijos que le aconsejan dejarlo, su columna que se interpone cada día más, y sus ojos que amenazan con apagar su vista.
Le entretiene y apasiona Pudiera no hacerlo más, pero su gusto por lo que aprendió desde que era un niño está por encima de las ganancias que pueda dejarle este oficio, que se ha convertido en pasatiempo. Siete décadas le han llevado a que la enramada donde se sienta de manera acostumbrada a tejer, sea el lugar donde más disfruta, en compañía y a veces solo.