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¿Tomar el albornoz del hotel es robar?
Con los objetos y la quincalla abandonados en los hoteles se podrían crear varios museos de lo bizarro. Aunque no todo lo que se encuentra es así: algunos hoteles españoles han montado bibliotecas con los libros olvidados por sus huéspedes. La balanza se inclina del lado de los que se llevan a casa un recuerdo sin importancia de su paso por el establecimiento. La mayoría elige alguna de las amenities que pone a su disposición el hotel. ¿Quién no ha echado alguna vez en la maleta, al dejar la habitación, el frasco de champú, el kit de costura, el peine, el cepillo de dientes, la caja de cerillas, el lápiz, el bolígrafo o uno de esos indescriptibles gorros de ducha con agujeritos que jamás usará? O ese bonito cenicero que tienes ahora mismo delante. No te sientas culpable, tu cleptomanía es moderada. Los hoteles dejan allí esas amenities para que los clientes se las lleven. No, el secador de pelo no es una amenity. Ni el albornoz. Los gadgets electrónicos y las pilas de los mandos a distancia son auténticos hits. En las piezas de algunas vajillas domésticas y juegos de cubertería bastante completos brillan los anagramas de hoteles de medio mundo. Conozco a un respetable cirujano que, además de un manitas en el quirófano, es un artista escamoteando vasos y jarras de cerveza (no Luis, no eres tú). Su ya ingente colección se surte de hoteles, bares y restaurantes de los cinco continentes. Hasta la pizpireta y sinuosa Katy Perry reconoce haber hecho travesuras: “Me llevo las almohadas, soy como la princesa del guisante, me gusta dormir blandito”, declaró en una ocasión.