CULTURA
Ver un partido entre familia
Para los brasileños, visitar Portugal al menos una vez en su vida debería ser obligatorio como lo es para los musulmanes ir a La Meca. Pero sucede lo contrario: en el Brasil es costumbre comportarse como si Portugal no existiera. Somos un país narcisista dado al olvido, hipnotizados por nuestra grandiosidad. Cuando supera este conflicto edípico, las pocas veces que Brasil va a Portugal, el país entra en contacto con un reflejo profundo de sí mismo. En Portugal encontramos una inocencia que los brasileños dejamos para atrás, y que nunca recuperaremos, a cambio de nuestro gigantismo. De alguna manera, los portugueses son nuestros hijos. Hoy, Portugal, país pequeño, es hijo de Brasil. Ellos, que nos dieron el idioma y nos llevaron el oro, tal vez además nos hayan dado en cambio algo más precioso. El choque entre estas banderas de recíproca paternidad nunca fue tan bien ejemplificado como el viernes. Brasil y Portugal entraron a la cancha dándose las manos y jugaron a un deporte que no se debería llamar de fútbol.