¿Será que el robo es contagioso?
El reciente terremoto sufrido por Chile, además de servir para comprobar la fragilidad de los edificios y de los puentes, ha valido para constatar, una vez más, la inestabilidad de eso que conocemos como comportamientos humanos. Tenemos ejemplos históricos de disturbios colectivos que se van alimentando por contagio, como las noches de cristales rotos e incendios de automóviles en Francia, o el comportamiento incontrolado de los tifosi que se funden en la masa como un solo animal capaz de arrasar un campo de fútbol. En Chile, a las pocas horas del desastre, con las neveras todavía repletas, nubes de saqueadores asaltaban los comercios, como si se hubiese dejado en suspenso el Código Civil. No era el hambre, sino que se habían derrumbado también los principios morales que impedían el robo. Nada es más contagioso que el latrocinio, como bien saben en los partidos políticos. Como en Unión Mallorquina, por ejemplo donde algunos de sus miembros más destacados parecían vivir en medio de un terremoto, lanzados frenéticamente al saqueo de las arcas públicas, amparados en ese anonimato.