tribuna abierta
Estrellas y “rellenos” en el deporte: todos imprescindibles

Juan Francisco Puello Herrera
En cualquier deporte existen figuras que parecen brillar con más fuerza que otros: estrellas fulgurantes, nombres que suenan en los medios, rostros de las campañas publicitarias que venden camisetas, llenan estadios, y jugosos contratos. Junto a ellos, muchas veces imperceptibles al ojo del fanático, hay otros jugadores cuya labor es igual de valiosa, sin reflectores, pero que sostienen el juego.
Tomemos como ejemplo el béisbol. Como en muchos deportes, es imposible jugar solo. No basta con un buen bateador o un lanzador excepcional. Se necesita el concurso de todos: del que atrapa la bola en el momento justo, del que corre sin ser visto, del que hace el trabajo “menor” que no se nota, pero que es clave. El béisbol —como la vida— es un juego en equipo. Por eso, no se puede menospreciar la labor de quien aparentemente no brilla, pero contribuye.
No hay jugadores de sobra. No hay “rellenos”. Hay funciones distintas.
Vivimos en una época en la que el egoísmo y el culto al individuo se han acentuado. Nada nuevo, ha estado presente desde siempre, pero las nuevas ideologías, el “hiperindividualismo” y las tecnologías lo han amplificado. Toda gira en torno al yo. El horizonte es uno mismo.
Un afán de autorrealización que se vuelve desequilibrado cuando excluye la entrega, el esfuerzo por el bien común, el servicio desinteresado. En el deporte, eso se traduce en actitudes que rompen el espíritu de equipo: jugadores que sólo buscan destacarse, no asumen responsabilidades colectivas, con un complejo de superioridad porque tienen más talento o fama, o quizás por el gran contrato que han conseguido.
Pero un equipo no se construye con egos, sino con generosidad, humildad y respeto, empieza por reconocer que todos importan y que no hay jugadores de segunda. Que el gol que mete la estrella también es posible gracias al pase oportuno, al que cubrió la defensa, al que entrenó duro sin esperar ovación.
El deporte bien ejercido enseña a compartir, a ceder, a valorar al otro. Recuerda que la verdadera victoria no es individual, sino compartida. Que se gana con otros, no a costa de ellos.
En este sentido, cada jugador —estrella o no— tiene una dignidad propia, un rol que merece reconocimiento. Y como sociedad, si de verdad queremos formar mejores atletas y personas, debemos empezar a enseñar que ser equipo vale más que ser ídolo.