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FRASES CON HISTORIA

"De repente nos dormimos" (Ferenc Puskas, 1954)

Ferenc Puskás (Foto: Wikipedia)

Ferenc Puskás (Foto: Wikipedia)

"De repente nos dormimos, y cuando despertamos estábamos perdiendo por 3-2'". Ferenc Puskas, no encontró más explicación a cómo Hungría pudo perder la final de 1954.

No entraba en ningún pronóstico, porque los húngaros ya habían ganado a Alemania por 8-3 en la primera fase y tras los diez primeros minutos de la final ya se iban imponiendo por 2-0. Quizá por ello, los alemanes bautizaron aquel partido como "El milagro de Berna".

A aquel conjunto de ensueño que quedó subcampeón se le llamaba el "aranycsapat" (el equipo de oro) en Hungría, pero para el resto del mundo eran los "magiares magníficos" (magnificent magyars) gracias a la prensa anglosajona, que había comprobado asombrada cómo la selección que capitaneaba Puskas era capaz de humillar en Wembley a Inglaterra (3-6), con una victoria que nadie había logrado en suelo inglés.

Eran el mejor equipo de la posguerra, campeones olímpicos en Helsinki 1952, los que habían bajado de su nube a los "inventores del fútbol" (3-6 en Wembley y 7-1 en Budapest un mes antes del Mundial) y llevaban desde 1950 sin conocer la derrota. Lo tenían todo para coronar su trayectoria con el título mundial.

Al frente estaba Gustzav Sebes, un técnico convencido de las bondades del régimen comunista que aplicaba lo que denominaba "el fútbol socialista", un sistema revolucionario en el que todos estaban implicados en el ataque y la defensa. Como diría Puskas, eran "los precursores del fútbol total", que habían desbaratado los rígidos esquemas ingleses con una especie de 4-2-4, en el que el meta Gyula Grosics podía abandonar el área para frenar los ataques rivales, los laterales subían al ataque y el mediapunta formaba sociedad con el centro del campo.

Tenían a Kocsis, Czibor, Hidegkuti...pero sobre todo, a Puskas, un delantero con una zurda brillante, un disparo letal y una inteligencia que le permitiría prolongar su carrera hasta los 40 años, contradiciendo su aspecto; bajo y con tendencia al sobrepeso.

Puskas, que había debutado con 16 años con el Kispest y había sido convertido en coronel tras ser reclutado por el Honved (el equipo del ejército húngaro) comandaba aquella maravillosa selección, predestinada a marcar una época.

¿Qué ocurrió entonces para que no se cumpliesen los pronósticos?.

Un exceso de confianza y la conjunción de desgracias sepultaría el sueño de un conjunto que no tendría otra oportunidad de luchar por un Mundial.

En primer lugar está el papel de Puskas. Lesionado tras ser cazado por el alemán Werner Liebrich en el partido de la primera fase, la estrella húngara regresó para la final sin haberse recuperado de la lesión en el tobillo que le había apartado de los partidos de cuartos y semifinales.

Los cruces tampoco favorecieron a los hombres de Gustzav Sebes, que vivieron un durísimo partido contra Brasil en cuartos -La Batalla de Berna- y un extenuante encuentro de semifinales ante Uruguay, con prórroga incluida. Uruguayos y brasileños, que habían disputado la final cuatro años antes, eran los dos únicos conjuntos que podían hacerle sombra a los húngaros, quienes tras enfrentarse a ambos alcanzaron la final con una importante fatiga física y mental.

Y luego estaba Alemania. Todo lo que se puso en contra de los magiares le vino de cara a los germanos.

Dirigidos por Sepp Herberger, un astuto técnico apodado el "zorro", -que había sobrevivido a las represalias posteriores a la guerra, pese a tener el carnet del partido nazi desde 1933-, los alemanes eran un buen conjunto de segundo nivel, que no entraba en los pronósticos.

Primero, se vio favorecido por el sistema establecido para ese Mundial por la FIFA, quien había fijado los cabeza de serie antes de la fase de clasificación.

Entre estos cabezas de serie estaba España, que después de igualar el partido de desempate contra Turquía (2-2) se vio fuera del Mundial por la mano inocente del niño Franco Gemma, el encargado de sacar de una urna el papel con el nombre de la selección que acudiría a Suiza.

El niño eligió el papel de Turquía y ésta -un equipo menor- se vio convertida, de rebote, en cabeza de serie junto a Hungría, en un grupo 2 que completaban Corea del Sur y Alemania.

Herberger hizo sus cálculos. Dio por hecho que los húngaros eran inaccesibles y que debía centrarse en Turquía, a la que había vencido en el primer partido, pero que tras ganar a Corea, volvería a ser su rival para desempatar a puntos.

Por eso, alineó a 8 reservas en el partido ante los húngaros, que no tuvieron problemas para sumar una nueva goleada a su trayectoria (8-3). Nunca se sabrá si entre sus consignas también estaba la de acabar con la estrella magiar, pero la brutal entrada de Liebrich sobre Puskas, cuando los alemanes ya perdían por 5-1, remató el trabajo.

Alemania tuvo, además, un recorrido más sencillo hacia la final, con Yugoslavia en cuartos y en las semifinales frente a Austria, que llegó exhausta tras firmar contra Suiza el partido con más goles de la historia de los Mundiales (7-5).

El día de la final, hasta el tiempo se puso del lado alemán. Con el campo embarrado por la lluvia, los húngaros tenían problemas para mantener el equilibrio con sus botas de tacos de cuero, mientras que Alemania contó con una ayuda extra; Adi Daessler, que cinco años antes había creado Adidas tras romper con su hermano Rudolph, convenció a su amigo Herberger para que la Mannschaft llevase sus botas, más ligeras y con tacos intercambiables de nylon.

Pese a todo, Hungría salió al campo convencida de su superioridad y, en ocho minutos marcó dos goles por medio de Puskas y Zoltan Czibor.

¿Creyó entonces haber ganado ya el título o, simplemente, le sorprendió la corajuda reacción germana?. Porque Alemania, lejos de entregarse logró igualar el marcador en los diez minutos siguientes, con goles de Max Morlock y Helmut Rahn.

Sorprendida, Hungría lo intentó todo, mientras Puskas comenzaba a cojear. Hidegkuti envió un balón al poste, Kocsis otro al larguero, pero fue Rahn el que marcó el 3-2 para Alemania, a seis minutos del final, favorecido por un resbalón del meta Grosics.

Puskas, no obstante, volvería a marcar, pero su gol lo anuló el inglés Bill Ling por un fuera de juego que parecía inexistente y el meta alemán Turek rechazó un último disparo de Czibor a quemarropa.

Alemania venció y comenzó a reescribir su historia. Cinco años después del final de la Guerra, con el país desmoralizado, el triunfo de aquella selección es considerado el momento que marca el comienzo de la recuperación germana, el hecho fundacional de la RFA.

De hecho, de vuelta al país, el tren que trasladaba a los jugadores y el técnico fue obligado a parar en todas las estaciones, aclamado por una multitud eufórica.

Para Hungría, al contrario, fue el principio del fin. Pese a encadenar otra racha invicta hasta 1956, la revuelta popular contra el régimen comunista y la posterior intervención soviética en el país provocó la diáspora.

Puskas pasó 18 meses en Austria, suspendido por la FIFA, hasta que el antiguo manager general del Honved le facilitó el fichaje por el Real Madrid, con el que volvería a hacer historia.

Kocsis y Czibor recalaron en el Barcelona y el técnico Sebes, que permanecería en Hungría, acabó siendo relevado por un comité de selección.

Hungría no ha vuelto a brillar y añora a aquella generación dorada que, con un promedio de 5'40 goles por partido, aún es la más goleadora de la historia de los mundiales, pese a "dormirse" en el peor momento.

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