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CON LOS CAMPEONES

Iván Brea fue un amigo de toda la vida

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Mario Emilio GuerreroSanto Domingo

Recuerdo cuando una tarde me llamó para que fuera a su casa a jugar baloncesto. Transcurrían los primeros años de la segunda mitad de la década de los 60 y ambos hacía poco tiempo que nos habíamos mudado al ensanche Naco. ¿Jugar baloncesto, pero desde cuándo Iván Brea tiene una cancha de basket en su hogar? En esa época apenas contábamos con diez u once años de edad. Terminé de estudiar y me dirigí a la residencia del amigo, que ya comenzaba a mostrar su gran afición por el deporte de los canastos. Un canasto originalY allí estaba esperándome en el portal de su vivienda, situada para ese entonces en la calle Tetelo Vargas, antigua 22, a unas pocas cuadras de mi casa, driblando una bola de baloncesto. “¿yo quisiera saber a dónde es que vamos a jugar? ¿Y la cancha?”. Se río y me dijo, “no te preocupes que eso está solucionado. Acto seguido, me hizo una seña para que lo siguiera hasta el patio, donde ya había instalado el canasto en que jugaríamos nuestra partida. Me llevé una sorpresa mayúscula cuando me mostró el improvisado aro que usaríamos para jugar. Se trataba de la base metálica de un tarro, de esos que se utilizan para sembrar plantas ornamentales dentro de las casas. Iván lo había clavado en una pared. Orgulloso de su invento, proclamó: “Esta es la cancha, mostrando el piso del patio y ese es el canasto, ¿qué te parece?”. Hasta ahí llegaba el amor de Iván por el baloncesto, al colmo de improvisar un lugar para practicar este deporte en su propia residencia, recurriendo a los recursos que tenía a mano. Fueron muchas las veces que jugamos allí, compartiendo con Iván tardes enteras de baloncesto, en un ambiente de amistad y camaradería. Desde Ciudad NuevaA Iván lo conocí en Ciudad Nueva, a inicios del decenio de los 60 y residimos en ese sector hasta que casi de manera simultánea y coincidencialmente, nuestras respectivas familiar se mudaron al ensanche Naco. Él residía en la calle Arzobispo Portes y yo en la Cambronal, donde nuestras casas se encontraban patio con patio. Al ser contemporáneos, con frecuencia nos juntábamos a jugar pelota de la pared, a las bolas y a realizar actividades propias de niños entre los 5 y 8 años de edad. A pesar de que tenías los mismos gustos en cuanto a esos juegos, respecto al béisbol, nuestros sentimientos fueron disímiles, ya que mientras a mí me fascinaba la pelota, a Iván poco le interesó nuestro pasatiempo deportivo nacional. Me vienen a la mente las excursiones organizadas por mi padre al estadio Quisqueya los domingos en la tarde, principalmente cuando jugaban Escogido y Licey, paseos a los que mis hermanos y yo nos apuntábamos, lo mismo que otro amigo mutuo del barrio, Carlos Delgado, pero éstos nunca llamaron la atención de Iván. Carlos fue nuestro vecino en Ciudad Nueva y luego también lo sería en Naco. En el Club NacoCon la llegada de la década del 70, Iván trasladó su pasión por el baloncesto a las canchas del Club Naco, mientras que yo me inclinaba más por la práctica del tenis. Eso no fue óbice para que nuestra amistad continuara impertérrita y recuerdo que muchas veces quedábamos para hablar, luego de cada cual terminar sus entrenamientos. La irrupción del Club Naco en el torneo de baloncesto superior del Distrito Nacional, en 1974, vino a fortalecer aún más nuestra relación. Juntos disfrutábamos las victorias y lamentábamos las derrotas de nuestro querido equipo naqueño. Fueron innumerables las tertulias tras los juegos, analizando todo lo acontecido en cada jornada. Después en El CaribeAunque parezca increíble, a mediados de los 70 también coincidimos en el periódico El Caribe, donde trabajamos juntos en la redacción deportiva, yo cubriendo béisbol y tenis, mientras que él era el especialista en baloncesto. Aunque con el transcurso de los años nuestras vidas tomaron rumbos diferentes, siempre nos mantuvimos en comunicación y a menudo hablábamos por teléfono, además de que con frecuencia coincidíamos en los eventos deportivos locales. Fueron muchas las veces que llamé a Iván para solicitarle algún dato sobre el baloncesto dominicano e internacional, porque además de ser una fuente confiable por sus grandes conocimientos, jamás se mostró reacio a ayudar a sus compañeros y amigos. Últimos contactosCuando supe que había sido despedido de su trabajo, a mediados del mes de febrero, lo llamé para darle ánimo e instarlo a que no se preocupara, porque estaba seguro de que alguien con su capacidad pronto conseguiría una buena oferta laboral. Conversé con él por última vez a principios del corriente mes y lo encontré muy deprimido, lamentándose porque se encontraba enfermo y aún ningún medio lo había contratado. Sin embargo, me habló de planes futuros y de viajar a Nueva York en las próximas semanas. Todos esos proyectos quedaron truncos con su lamentable fallecimiento el pasado día 9. Su familia, el deporte dominicano, principalmente el baloncesto y todo el país, han sufrido una pérdida irreparable con su ida a destiempo. En el plano personal, yo perdí un amigo de toda la vida. Te voy a extrañar, Iván.

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