Tras la libertad, el libertinaje
El ajusticiamiento de Trujillo fue la clave para devolver a la sociedad el derecho a vivir en democracia y libertad.
En pos de ese ideal, muchos jóvenes valientes se inmolaron en las expediciones de Luperón, Constanza, Maimón y Estero Hondo.
Otros sucumbieron ante la implacable persecución de los servicios represivos de la dictadura, mientras decenas padecieron los flagelos de la tortura y el destierro.
Todos soñaron con liberar al país de aquel yugo y construir un Estado de bienestar basado en el libre juego de las ideas, el emprendimiento y los valores democráticos.
Tras soportar tres décadas de miedo, silencio y mano de hierro, un grupo temerario decidió terminar con aquella opresión.
De esa osadía impensable nació el magnicidio del 30 de mayo de 1961: el episodio histórico que allanó el camino para reconquistar nuestros derechos conculcados.
Lamentablemente, 64 años después, cuando el empeño por crear y robustecer las instituciones democráticas parecía consolidado, emergen señales de una grave degeneración del proceso.
La majestad de la libertad comienza a sucumbir ante conductas que la desnaturalizan: el irrespeto impune a las leyes, las instituciones y las autoridades que simbolizan el Estado de derecho por el que lucharon generaciones pasadas.
Causa vergüenza —y sobre todo frustración y desaliento— que el edificio de libertad erigido con tantos sacrificios se desmorone aceleradamente.
Con los valores morales corroídos, la corrupción rampante, el menosprecio a la honra y la dignidad humana, además del desafío a las normas de convivencia, hemos entrado en la era del libertinaje puro.
Una era donde difamar, vituperar, mentir e incluso asesinar a mansalva se imponen sobre el sueño liberador que inspiró la lucha contra la tiranía.
No fue para esto que una nación entera dedicó sus esfuerzos a cimentar instituciones democráticas, garantizando al ciudadano iniciativa propia y protección de derechos como la honra, la privacidad y la libertad de elección.