Reflexiones del director
Cuando el periodismo duele
Hay historias que nos marcan. Que nos atraviesan el alma y nos cambian para siempre. La tragedia del Jet Set Club es una de ellas.
No solo por los números fríos —las vidas perdidas, los escombros, las horas de angustia— sino por el dolor humano, palpable, que nuestros periodistas respiraron en cada minuto que pasaron en la “zona cero”.
Sus testimonios, publicados pocos días después de la tragedia, no son simples crónicas. Son pedazos del corazón de un equipo que, entre lágrimas y teclados, entre sollozos y transmisiones en vivo, decidió hacer lo que más duele: “Contar la verdad sin dejar de ser humanos”.
Deyanira soñó con la tragedia antes de saber que era real. Ángel, con solo 21 años, sintió que su vida profesional daba un vuelco al ver el derrumbe y escuchar los gritos bajo los escombros.
Nicole contuvo el llanto para informar con rigor, mientras su corazón “se reventaba”. Carlos olfateó la noticia entre listas de fallecidos y hospitales desbordados.
Scharazade y Yeilín, nuestras jóvenes PPA, confesaron que ya no son las mismas: hoy llevan en la piel las miradas perdidas de las familias en la morgue.
Sauro y Javier vieron cómo la esperanza se esfumaba en los rostros, incluso en los de los generales. Y Shaddai, como tantos otros, lloró en silencio mientras tecleaba, preguntándose cómo narrar el dolor sin convertirlo en espectáculo.
Esto no es solo periodismo. Es oficio con alma.
En el Listín Diario sabemos que nuestra labor no es solo informar, sino “testimoniar”.
Y eso duele. Duele cuando tienes que apretar el puño para que no tiemble la cámara, cuando debes tragar saliva para que no se quiebre la voz en vivo, cuando escribes con los ojos nublados.
Pero también es un privilegio: el de ser la voz de quienes ya no tienen voz, el de acompañar a un país que clama por respuestas, el de honrar la memoria con historias que no deben repetirse.
Hoy más que nunca, reafirmo mi orgullo por este equipo de trabajo de nuestra Redacción.
Por los que corrieron hacia el caos cuando otros huían, por los que priorizaron el respeto a las víctimas sobre el morbo, por los que —como bien dice Yeilín— dejaron de ser periodistas por un instante para ser “simples humanos” que querían ayudar.
A los familiares de las víctimas, nuestro abrazo sincero. A nuestros jóvenes colegas, mi admiración: su profesionalismo no los hizo insensibles, los hizo más necesarios.
Y a ustedes, lectores, les pido que valoren estas crónicas.
Detrás de cada línea hay un ser humano que carga, como ustedes, el peso de una tragedia que nos ha cambiado a todos.
Porque el periodismo que vale la pena no es el que se escribe desde la comodidad, sino el que se vive —y duele— en primera persona.
*PD: A Rubby Pérez y a cada alma que partió esa noche, gracias por la alegría que nos dejaron. Al país entero, fuerza. La memoria duele, pero también nos obliga a preservarla para poder construir un futuro más seguro.
