Un duelo que no caduca

La discoteca Jet Set ya no suena a merengue.

Ahora resuena el silencio roto por llantos, por preguntas sin respuesta, por el peso de un techo que se llevó más que vigas y ladrillos: se llevó risas, sueños, abrazos pendientes.

Doscientas veintiuna almas. No son cifras, eran hijos, amigos, amores, compañeros de trabajo.

Gente que salió a celebrar la vida y se encontró con la muerte en un instante.

El país entero tiembla. Los rescoldos del dolor no se apagarán en tres días, ni en treinta.

Lo sabe el bombero que rompió en sudor y lágrimas tras 53 horas buscando vida entre los escombros.

Lo sabe el director del COE, cuya voz quebró al dar el parte, porque algunos números no se dicen, se lloran. Lo sabemos todos: esto nos atraviesa como nación.

El duelo oficial terminará, pero el nuestro no.

Quedan las fotos en los altares improvisados, las canciones que ya no sonarán igual, los asientos vacíos en las mesas familiares.

Y queda una lección brutal: la fragilidad nos iguala. Hoy abrazamos más fuerte, miramos más hondo, porque el alma dominicana, aunque herida, late en colectivo.

Que el dolor no nos rompa; que nos una.

Para los que se fueron demasiado pronto, y para los que aquí seguimos, aprendiendo a vivir con su ausencia.