¿Por qué permitir bebentinas en las calles?

Aunque en el país existe una ley que regula el consumo excesivo de bebidas alcohólicas, esta parece ser letra muerta.

Un simple recorrido por el Malecón, avenidas concurridas o calles de barrios, basta para comprobar que beber en la vía pública es una práctica común.

Incluso en estaciones de gasolina, automovilistas se reúnen para consumir alcohol y fumar, a altas horas de la noche o madrugada, sin que haya intervención alguna de las autoridades.

En países con culturas más civilizadas, estas escenas no son comunes, no solo porque existan regulaciones claras, sino porque las normas culturales rechazan este tipo de conductas en los ciudadanos.

De hecho, en algunas ciudades de Estados Unidos, la venta de bebidas alcohólicas está prohibida los domingos, como parte de un enfoque cultural y normativo.

En cambio, en nuestro país, el beber alcohol en las calles y hasta en estadios deportivos o conciertos populares parece haber superado incluso a los bares, discotecas y colmadones, porque muchos consideran este comportamiento como una forma de ostentar y “vacilar” en público.

Aunque la Ley sobre Prevención y Lucha contra el Consumo Excesivo de Bebidas Alcohólicas establece horarios y controles para la venta de alcohol, su implementación es insuficiente, permitiendo el consumo público desenfrenado a cualquier hora del día.

Ni siquiera durante el toque de queda de la pandemia de Covid-19 se respetaron estas restricciones, evidenciando un grave problema de falta de autoridad y control.

Esto no es solo un tema de alcohol; es un reflejo del libertinaje y la anomia social que se han arraigado en el país.

La vulgaridad, el irrespeto y el comportamiento hiriente se han normalizado, convirtiéndose en parte del vocabulario y las actitudes cotidianas de muchos.

Es lamentable observar cómo el “hombre masa” descrito por Ortega y Gasset se ha encarnado en figuras como ciertos “influencers” mediáticos o los libre-bebedores de alcohol, quienes promueven una cultura del desacato.

Se presentan como modelos de conducta, imponiendo patrones de comportamiento que deterioran aún más el tejido social.

El consumo de alcohol en las calles no es un simple pasatiempo; es una manifestación de una problemática mayor: la ausencia de control, de respeto por las leyes y de valores colectivos.

Si queremos rescatar nuestra convivencia y fortalecer nuestra sociedad, es necesario exigir la aplicación estricta de las normas y un esfuerzo consciente por cambiar las actitudes culturales que alimentan este desorden.