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Razones para huir de la capital

Santo Domingo, que debería ser una metrópolis modelo de modernidad y orden, se ha convertido en una trampa para quienes aspiran a disfrutar en ella una calidad de vida digna.

El caos que impera en sus calles y su entorno urbano obliga a muchos a plantearse la opción de huir hacia zonas menos hostiles del país.

El colapso del tránsito es, sin dudas, una de las razones principales para desear escapar.

La congestión diaria, agravada por una avalancha de vehículos, muchos en mal estado, no solo retrasa las actividades cotidianas, sino que eleva el nivel de estrés y genera alteraciones en el ánimo de los ciudadanos.

Este problema, lejos de resolverse, parece profundizarse ante la falta de soluciones efectivas.

A esto se suma la inseguridad vial, marcada por violaciones constantes a las leyes de tránsito, la ausencia de control y un peligro latente en cada esquina.

Pero la inseguridad no termina ahí. Los atracos, en cualquier momento del día o de la noche, se han convertido en una amenaza constante, robando la paz y la tranquilidad de quienes habitan y trabajan en la ciudad.

Por si fuera poco, el ruido ensordecedor, la contaminación ambiental, las inundaciones de calles cuando llueve y los frecuentes cortes de electricidad, forman un cóctel de problemas que hacen de Santo Domingo un lugar cada vez menos amigable.

Cada lluvia transforma las vías en ríos intransitables, y la falta de luz agrava las condiciones de vida y trabajo de sus ciudadanos.

Es lamentable que la metrópolis más importante del país, donde convergen los poderes públicos y se resguardan monumentos históricos y culturales de gran valor, no reciba la atención necesaria para garantizar una vida urbana más llevadera.

Las capitales deben ser reflejo de desarrollo, orden y bienestar, pero en Santo Domingo, estos ideales parecen cada vez más lejanos.

El conjunto de problemas que enfrenta la ciudad convierte la idea de un escape en una alternativa más atractiva, mientras el sueño de una capital moderna y vivible parece desvanecerse ante los ojos de quienes la habitan.