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Editorial

La crisis profunda del sistema penitenciario

Es penoso decirlo: Nuestro sistema carcelario francamente ha colapsado.  

La descripción más patética la acaba de hacer el director de la Defensa Pública, Rodolfo Valentín, al poner en evidencia las múltiples y vergonzosas condiciones en que se encuentran nuestras prisiones.

Lo que impera en ellas es un hacinamiento extremo, ausencia de salubridad, falta de ventilación y un número alarmante de presos preventivos durmiendo en el suelo.

Es inconcebible que, en pleno siglo XXI, el 40% de los casi 15 mil privados de libertad estén condenados a condiciones inhumanas que los despojan de toda dignidad.

Estas circunstancias no solo reflejan el fracaso de nuestro sistema penitenciario, sino también las fallas estructurales del sistema judicial.

Esas fallas han perpetuado el uso desmedido de la prisión preventiva como una solución inmediata e ineficaz.

En lugar de cumplir con los principios de un Estado Social y de Derecho, nuestras cárceles han devenido en espacios de castigo que promueven la venganza y no la rehabilitación.

La imagen de reclusos durmiendo junto a letrinas, entre heces y orina, es una mancha indeleble para un país que aspira a la modernidad y al respeto de los derechos humanos.

El Listín Diario ha reiterado su preocupación por el estado físico deplorable de las cárceles, la insuficiencia de videocámaras y equipos de vigilancia, y la necesidad de una reforma profunda del sistema penitenciario.

El país no puede seguir soportando este estado de cosas.

Aunque reconocemos las iniciativas del presidente Luis Abinader para mejorar la situación, estas no serán suficientes sin un compromiso integral y sostenido de todas las autoridades del sistema de justicia.

Es imperativo reducir el hacinamiento mediante la agilización de los procesos penales, implementar medidas alternativas a la prisión preventiva e invertir en infraestructuras penitenciarias modernas.

Es hora de dejar de utilizar nuestras cárceles como depósitos de seres humanos y comenzar a tratarlas como espacios para la reinserción social.

¡Por Dios!

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