REFLEXIONES DEL DIRECTOR
Con el “Asesino de Santo Domingo” en sus horas de fuga
Era un asesino confeso, de tomo y lomo. Y parecía enorgullecerse de eso.
Como sicario militar formaba parte de un equipo de “tareas sucias” y en su récord registraba al menos 38 asesinatos de enemigos políticos del gobierno.
Por imprevistos del destino, me tocó ser el periodista a quien le reveló el nombre del popular líder opositor al que le habían ordenado matar.
Lo conocí dos horas después de haber desertado como oficial de la Fuerza Aérea, porque se negaba a cumplir la siniestra encomienda de ejecutar al principal opositor del régimen, José Francisco Peña Gómez, a finales de 1968.
Se mostraba impaciente, ante mí, porque presentía que el Servicio Secreto pronto iría por él. Andaba con dos granadas fragmentarias y una pistola calibre 45, listo para repeler el arresto.
Me pidió que lo llevara en el vehículo del Listín Diario ante la presencia del doctor Peña Gómez o, en su defecto, de alguno de los altos líderes del Partido Revolucionario Dominicano para revelarles el macabro plan.
Sin medir los riesgos a que me exponía y comprometía al periódico, di algunas vueltas para llegar hasta las residencias de los doctores Milagros Ortiz Bosch y Jottin Cury, que eran vecinos, a quienes les comuniqué lo que el desertor, que se agazapaba en el vehículo, quería denunciar.
Ellos contactaron a doña Zaida Ginebra de Lovatón, esposa de don Máximo Lovatón Pittaluga, ambos de la gran confianza de Peña Gómez, y me autorizaron a llevarlo a su residencia.
Recuerdo que, al llegar, doña Zaida le exigió con su proverbial energía y valentía que le entregara la pistola y las granadas o de lo contrario no le permitiría la entrada.
Fue una noche febril. Hasta la residencia llegaron dos embajadores, entre ellos el de Chile, el propio Peña Gómez, el periodista Radhamés Gómez Pepín, redactor en jefe de El Nacional de ¡Ahora!, sometiendo al desertor a un largo interrogatorio hasta la madrugada.
Su testimonio fue grabado y esa misma noche se tomó la decisión de organizar su asilo en la embajada de México en las primeras horas del día siguiente, lo que se produjo sin mayores inconvenientes.
El gobierno le concedió el asilo y viajó finalmente a Francia, donde vivió varios años.
Al retornar al país, mucho tiempo después, siguió en lo suyo como miembro de la inteligencia del Ejército hasta que en junio de 2004 cayó abatido a balazos en una avenida de Santiago.
Casi cuarenta años después de la arriesgada aventura en que me vi envuelto en el legítimo afán de dar un palo periodístico, fue que vine a saber que el hombre armado al que movilicé entonces era uno de los más tenebrosos de la época: Carlos Everstz Fournier,”el asesino de Santo Domingo”.