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El temblor nos desnudó

En el clímax del golpe sorpresivo, fueron muchos los que pensaron que la hora final les había llegado con el terremoto de ayer.

El remezón de la tierra fue tan fuerte que sacó de sus camas y viviendas a ciudadanos asustados que, de primera intención, solo querían huir del peligro, algunos casi desnudos, porque no había tiempo que perder.

Cuando recuperaron la ecuanimidad de seguro que pensaron sobre cuál habría sido el panorama si el sismo, de 5.0 grados en la escala Richter, fuese tan devastador y mortal como el de Haití en 2010.

La realidad que quedó al desnudo es que nuestro país no está preparado para afrontar emergencias de este tipo, pues ni siquiera con el paso de las horas se ha conocido una evaluación de sus impactos.

Si hipotéticamente un temblor derriba edificios, agrieta calles, mata y hiere a miles, ¿con cuáles equipos de rescate, de sofocación de incendios o de atenciones sanitarias de emergencia, de sangre o medicamentos disponemos?

¿Cuáles planes de evacuación se han diseñado para asistir a las personas de las ciudades y pueblos frente a estos imponderables?

Otra pregunta: ¿Qué refugios existen, con características de tales, para responder ante los episodios del escenario peor, o de los huracanes, inundaciones o cualquier otra calamidad?

Hay ejemplos de sobra en los que países desarrollados crean fondos para catástrofes, aparte de estructuras de refugio bien seguras, amplias, abastecidas, en base a un sistema de protección ciudadana.

Nada de eso tenemos aquí. Y es hora de que nos pongamos en eso, seriamente.

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