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Con el agua casi al cuello

Mientras los bancos centrales, entre ellos el de aquí, tratan de esquivar los efectos de la inflación mediante el aumento de las tasas de política monetaria, los precios de materias primas y granos siguen disparándose junto al de la energía, como consecuencia de la interrupción de los suministros de combustibles y alimentos agravada por la guerra.

La economía dominicana no puede escapar fácil a la amenaza de estos fenómenos, por lo que urge que el gobierno le ofrezca al país una explicación clara y llana sobre cómo vislumbra la crisis y cómo la enfrentará.

Qué sacrificios nos esperan y cuáles políticas de contingencia son aconsejables seguir y respetar, tal como se hizo al principio de la pandemia, para que la población sepa que estamos dando respuestas a un problema que nos vino de fuera y del cual no somos culpables.

Hay que admitir, a la franca, que no obstante los sanos indicadores que han alentado el crecimiento de nuestra economía, estas bases de sustentación pueden corroerse si el mundo entra en una estanflación, es decir, en un escenario de crecimiento menor y de mayor inflación.

Al pueblo hay que decirle que el panorama no pinta bien y que es hora de asumir una actitud de mutua colaboración para que las alzas inevitables que vienen en los precios de los alimentos y la energía no desencadenen reacciones contraproducentes al orden y el equilibrio social y económico.

Es preciso que el país tenga conciencia de que esta espiral de precios de la comida y la energía es un factor que puede agravar el estado de inseguridad ciudadana y aumentar la vulnerabilidad de la soberanía nacional si Haití extrapola su propia crisis a nuestro país, como ya parece sentirse.

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