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Delincuencia desbordada

Los delincuentes, solos o en grupos y en muchos casos con armas modernas, están a sus anchas sembrando el terror y el luto en cualquier parte del país.

El gobierno está compelido a responder enérgicamente a esta epidemia delincuencial antes de que el principio de la autoridad, bastante diezmado, ceda el paso a un estado generalizado de violencia e inseguridad, como el que poco a poco se entronizó en Haití.

En la mayoría de los asaltos audaces que han logrado filmarse desde videocámaras, intervienen motociclistas encapuchados, dispuestos a todo.

Si ese es su modus operandi, pues hay que aplicar todas las medidas posibles para neutralizar esta modalidad, incluyendo restricciones para que no puedan circular con dos personas a bordo en determinados horarios.

El país se está llenando de miedo porque los ciudadanos no se sienten seguros en ningún lado. Los comercios y sus clientes tampoco.

Ya se han registrado varios casos en que las patrullas policiales son atacadas a tiros desde las más peligrosas madrigueras barriales, como pasa en Haití.

También hay sospechas de los organismos de inteligencia de que hay canales abiertos para el tráfico de armas modernas desde Haití, del que más provecho sacan los grupos pandilleros que se han repartido ese país, usando al nuestro como un campo de profundidad para su retaguardia.

La fuente de la potencia delincuencial está, primero, en la pérdida del miedo a la ley, a la autoridad, a la justicia, a la cárcel; segundo, a la masificación del tráfico y consumo de drogas y, tercero, al ambiente de pobreza y de pocas oportunidades de una juventud que no logra satisfacer sus anhelos de vida.

Si el gobierno no se pone fuerte ante este desafío desembozado de los delincuentes, perderemos las bases de sustentación del orden y la paz que muchos años de esfuerzos y sacrificios nos ha costado.

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