Urgencias y atenciones primarias

Hemos visto cómo, al atenuarse la pandemia del coronavirus, los centros hospitalarios públicos han vuelto a encarar los efectos de una alta demanda de servicios en medio de evidentes precariedades presupuestarias.

Esta combinación es lo que ha dado lugar a que se multipliquen las quejas de pacientes por desatención o por falta de insumos para tratarles sus padecimientos, y a que el personal médico y paramédico sienta que labora bajo tremendo estrés.

Desde hace tiempo hemos insistido en que la mejor alternativa para controlar estas demandas desbordadas de servicios de salud descansa en la multiplicación de los centros de atención primaria y, también, de los llamados centros para urgencias.

La apertura de estos centros, de los cuales operan 1,324 de un esquema de 1,700 establecimientos de primer nivel, puede representar la base de un sistema de salud preventiva que, a su vez, ayude a minimizar la presión de servicios en los hospitales de segundo y tercer nivel.

Si existieran estos centros en número suficiente, los ciudadanos o las ambulancias de emergencias del 911 no tendrían que acudir directamente a los grandes hospitales con casos clínicos o de urgencia que puedan atenderse en los centros primarios.

Con la insuficiencia de recursos con que operan los hospitales de la red pública, por más bien equipados y modernos que estén, sus capacidades no responden a una demanda masiva, como la que existe actualmente.

A la hora de reconsiderar el abordaje urgente e impostergable de esta crisis, el gobierno debe proponerse el otorgamiento de más fondos para el sistema, privilegiando la apuesta preventiva antes que la curativa.

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