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Rehenes del miedo

Con el vandalismo rampante que estremece al país, los ciudadanos de trabajo y de buenas costumbres se han convertido en rehenes del miedo.

Para ellos, que constituyen la mayoría, la sensación de inseguridad los ha hecho vivir con el corazón angustiado y en estado permanente de alerta ante todo lo que se perciba como señal de peligro.

Bajo ese estresante modelo de vida, la duda y la desconfianza los ha llevado a recelar hasta de lo que pudiera ser inocuo o inofensivo, no venga a ser que detrás de un limosnero o cualquier desconocido se oculte el malhechor que le sustraerá algún bien o que le dará un tiro de gracia en el asalto.

Para salir a las calles, a pie o montado, hay que usar cuatro ojos y mirar incesante para todos los lados porque la expectativa del peligro, real o imaginaria, les condiciona ahora todos sus comportamientos.

Y si terrible es vivir como rehén del miedo, más lo es sufrir sus secuelas después que una persona ha sido alevosamente atacada al llegar a su hogar tras una extensa jornada honrada de trabajo y padecer el terror de la celada vandálica.

Las secuelas físicas o psicológicas de ese terror podrían subsanarse con el tiempo, si funcionan las terapias o la persona recupera su confianza en las autoridades que están llamadas a garantizarles su seguridad.

Pero mientras persista el desmadre de la delincuencia y sigamos viviendo como rehenes del miedo, la única esperanza es encomendarse a Dios y pedir la protección que el Estado no es capaz de asegurarles a todos los dominicanos.

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