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EDITORIAL

Para imponer el orden hay que resolver primero el desorden

En su corto tiempo como gobernante, el presidente Luis Abinader ha dado muestras palpables de su empeño por mejorar la imagen de la Policía Nacional, institución clave para la garantía de la paz y el orden público.

Les ha concedido a sus miembros el derecho a un seguro de salud, les subió sus salarios, les dio acceso gratuito a los sistemas de transporte del Estado y a alimentos a bajos precios, y ahora promete impulsar una reforma integral.

La Policía se ha quedado muy rezagada en su proceso de renovación. No obstante, con los actuales recursos tecnológicos que posee ha mostrado cierta eficiencia investigativa.

Pero el comportamiento de algunos mandos y subalternos, especialmente en el marco del estado de emergencia por la pandemia del Covid, ha dejado mucho que desear.

Este ha sido uno de los factores decisivos en la pérdida de confianza y autoridad dentro de la población que repudia, con frecuencia, las arbitrarias y penosas formas de imponer el orden durante los horarios de toque de queda.

Lo primero que demanda un proceso de reformas de la Policía es el fomento de un mando pro-activo, capaz, responsable y comprometido con la misión de la institución.

Ese mando tiene que actuar pronto en la fumigación de las madrigueras allí existentes, para abrir paso a una generación de agentes educados, eficientes, dotados de tecnología neutralizante para detener a los delincuentes.

Con todos los recursos que le ha dado y le seguirá dando el presidente Abinader, lo menos que puede hacer la Policía es corresponder a esa confianza y servirle a la sociedad como una aliada y protectora, recuperando su autoridad haciendo respetar las leyes y sin incurrir en excesos y comportamientos abusivos e inhumanos contra la población civil.

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