¡Levantemos las esperanzas!

Pesimismo y desesperanzas conturban hoy el ánimo de gran parte de la sociedad, atrapada en una pandemia que además de matar y enfermar, ha destruido los pequeños, medianos y grandes patrimonios familiares y empresariales que nos aseguraban el bienestar.

La mayoría vive bajo un estado de aflicción causado por las pérdidas de empleos e ingresos, por las dudas frente a un futuro todavía indescifrable y por los rotundos cambios en sus estilos de vida.

Estos factores, que componen el llamado “trío mortal” que se manifiesta en la pérdida de la estabilidad emocional y mental de muchos ciudadanos, han minado la confianza en el porvenir porque nadie puede adivinar cuándo terminará la gravitación pandémica y cuándo saldremos a la superficie de una nueva y mejor realidad.

La paciencia se ha agotado en muchos, agobiados por las restricciones a la movilidad y a la normal socialización familiar y laboral, y por eso han aumentado los conflictos intrafamiliares y de parejas, los suicidios y las llamadas “crisis existenciales” de los que viven sin muchas esperanzas.

El país necesita una terapia de fe y optimismo. Una vacuna de energía positiva que nos permita recobrar el ánimo y el impulso de salir a camino con emprendimientos personales, con nuevos proyectos que la imaginación y la creatividad humana es capaz de concebir.

Esa vacuna debe servirnos para batallar contra la depresión, el desencanto y las ansiedades que forman parte de las secuelas negativas de la pandemia, pero cuidándonos siempre de no despojarnos del blindaje de sacrificios y precauciones que se necesitan para que el virus no nos gane la partida.

Levantemos las esperanzas, cerrémosle el camino a los pesimismos y que nadie se atreva a tirar la toalla de la rendición a destiempo.

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