Caos e irrespetos en una sociedad desmoralizada
El respeto a la autoridad ya no existe en el país.
Quedó enredado en las patas de una degradación moral e institucional que, como todo virus corrosivo, también ha ido aniquilando las bases de los derechos y deberes que propician la coexistencia civilizada.
La autoridad ha quedado socavada no solo por el desenfadado irrespeto de los ciudadanos contra quienes personal o institucionalmente la simbolizan, sino por la misma abulia de los poderes del Estado en defenderla y protegerla.
Es inconcebible que las figuras del Presidente y de muchos funcionarios sean objeto de insultos e irrespetos en las redes sociales, una conducta que también se manifiesta en agresiones y burlas a los agentes y las instituciones que representan la autoridad, en plena calle.
La ley y la autoridad, valga decirlo, no se imponen con maltratos y desafueros revestidos de dudosa legitimidad, sino con los mejores ejemplos de conducta y respeto a las propias leyes que regulan las funciones públicas.
Si un funcionario, un policía, un militar, un fiscal o un juez se ponen del lado opuesto de la ley, pues que no reclamen respeto del ciudadano que está obligado a cumplirla.
Ahora bien, el ciudadano no tiene derecho a insurreccionarse frente a la autoridad y la ley, como lo viene haciendo al resistirse a observar los horarios del toque de queda, las normas de la protección sanitaria, las reglas del tránsito y las demás restricciones existentes.
Parece que vivimos en el caos cuando presenciamos, frecuentemente, cómo los ciudadanos les entran a trompadas y les propinan pelas de golpes e insultos a las autoridades patrulleras que tratan de hacer cumplir la ley, y cómo algunos agentes se exceden con sus abusos en el ejercicio de su misión.
Este estado de cosas revela que vivimos en una sociedad desmoralizada y, para colmo, desajustada en sus modos de vida y de conducta por una pandemia que no sabemos si nos cambiará para mejor o para peor.