Opinión

Entre la sobriedad y la liviandad

Poco a poco el nuevo Gobierno ha ido delineando su “manual de estilo”, y uno de sus perfiles sobresalientes es la liviandad y la informalidad de sus códigos de vestimenta en los actos o ceremonias oficiales.

Dejando atrás las sobriedades y formalidades de otros tiempos, donde esos rigores formaban parte de los llamados símbolos de poder, ahora no parecen ser tan significativos estos detalles.

Talvez se deba al hecho de que, al reunir en el funcionariado a jóvenes de las dos últimas generaciones, importan más las acciones que las apariencias.

Los modelos icónicos del frac, el smoking o las vestimentas de mujeres, según la ocasión, la hora del día o la estación de tiempo, que se reputaban obligatorias, ya no son relevantes.

Comenzando por el Presidente Luis Abinader, su código es inconfundible: prefiere trajes o chaquetas sin corbata, chacabanas y, de vez en cuando, anda en mangas de camisa cuando se confunde ocasionalmente con la gente de la calle.

Esta liviandad da lugar a que, en ciertas ceremonias, reuniones o recorridos aparezcan algunos ministros vistiendo diferente, marcando un claro contraste con el atuendo del presidente.

Esto es casi una novedad para los ciudadanos que siempre han asociado estos protocolos de etiquetas a la imagen de sobriedad y majestad del poder.

A Balaguer, un exponente de la formalidad, graduado en la exigente y estricta cultura del trujillato, jamás se le vio en mangas de camisa. Usaba traje oscuro y corbata hasta en el más crudo verano o en un acto en un resort turístico.

Ni en sus tiempos ni en los de Trujillo nadie entraba a Palacio en camisas, franelas, tenis o chancletas. Ni los funcionarios ni los visitantes podían violentar estas reglas ni romper los distanciamientos protocolares de la ocasión.

Una anécdota cuenta que el tirano hizo devolver a un almirante norteamericano al barco de guerra que comandaba y que hacía una visita oficial cuando lo vio subir las escalinatas de Palacio en pantalones cortos, propios de un uniforme tropical.

Un jefe de la Marina, en el balaguerato, devolvió a un agregado militar extranjero porque pretendía entrar en mangas cortas a un ceremonial militar. Y así se cuentan innumerables historias.

La liviandad con los códigos de vestimentas oficiales o institucionales se ha reflejado también en policías y militares que usan los uniformes medalaganariamente, lo mismo que ha ocurrido entre escolares y sacerdotes, poniendo de moda una progresiva rebelión contra la sobriedad de los estilos.

Ojalá que no lleguemos al “crossdressing” que, en estos tiempos modernos, permite a los hombres usar ropas de mujeres y viceversa. Aunque no parece que estemos lejos.

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