No nos apresuremos con la desescalada

Tal como se temía, el coronavirus ha vuelto por sus fueros en aque­llos países que abrieron demasia­do sus economías en el intento por recuperarse de las enormes pérdidas causadas por la pandemia.

Las clases presenciales han tenido que suspenderse, las desescaladas de las res­tricciones de otras actividades han sido revertidas y, en consecuencia, se han res­tablecido las cuarentenas parciales o tota­les en las ciudades donde los rebrotes han sido más duros.

El péndulo de la pandemia ha vuelto a moverse al producirse estas oleadas de contagios aún en países que, como Ru­sia, aplican la nueva vacuna anti-Covid en una carrera contra el reloj para frenar es­te flagelo.

En nuestro país estamos repitiendo, día a día, los mismos errores que se cometieron en otras sociedades que reabrieron a destiempo sus economías, reflejados en el irrespeto a las normas básicas de prevención y protección.

Estos irrespetos están llegando al clímax, ya que muchos ciudadanos creen que el pe­ligro ha pasado, llevándose de la tendencia a la baja en los casos de contagios y muer­tes oficialmente reportados en las últimas semanas.

No debemos pasar por alto que estas ci­fras están desfasadas, como siempre lo han estado al punto de que en días recientes se estaban reportando muertes ocurridas dos y tres meses atrás.

Ahora las autoridades están temerosas de que el aplanamiento de la curva de conta­gios y muertes sea tomado como motivo pa­ra generalizar la desescalada, con toda su carga de desmanes ciudadanos y de resis­tencias a las primeras restricciones.

En lo que nos llega la segunda ola, lo proce­dente es reforzar la capacidad de rastreo, ais­lamiento e internamiento de nuestro sistema sanitario, con suficientes instrumentos para dar respuesta a un previsible desbordamiento de los hospitales, tal como sucedió en los me­ses más funestos de esta pandemia.

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