Una aterradora normalidad
Con la reapertura de casi todas las actividades habituales del país, estamos presenciando una inquietante escalada de mortalidad y contagio del coronavirus.
La pretendida vuelta a la “normalidad” ha estado marcada por más muertes y ciudadanos infectados, fruto de la relajación e inobservancia de las reglas de la prevención y protección.
Sobrecoge ver, en este escenario de riesgos latentes, como miles de vehículos fluyen y se taponan en las principales intersecciones de las vías públicas, movilizando millares de personas insuficientemente precavidas.
Es esta la señal más elocuente de una masiva circulación ciudadana que se ha desatado bajo la sombrilla de una “desescalada”, asumida como el final de las restricciones indispensables para frenar la propagación del virus.
No importa que exista un declarado estado de emergencia que se prorroga desde mañana por 17 días más si no se acompaña de una responsable y masiva aplicación de pruebas diagnósticas, especialmente en la capital y varias provincias en alerta roja.
La pandemia sigue agresiva y expansiva en el país. No soñemos con aplanarla en dos o tres semanas. Estamos haciendo un “harakiri” tan innecesario, como peligroso.
Y estamos tomando a juego, como desde el principio, esta fatalidad. Dios nos proteja.