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Un tristísimo Día del Trabajo

Aparte de matar gentes, el coro­navirus también ha matado el trabajo remunerativo y, por tal causa, hoy no hay aliento pa­ra conmemorar, como en otros años, el día mundial en su honor bajo un clima de tristeza e incertidumbre.

La pandemia del desempleo es tan nociva que ya ha destruido más de 1,500 millones de puestos de trabajo al frenarse abruptamente la actividad económica en todo el planeta para concentrar todos los esfuerzos en defensa de la vida, primero que nada.

Aunque se han puesto en marcha, en nuestro país, programas de auxilio económi­co temporal para trabajadores cesantes y se ha diseñado una estrategia para la recupera­ción económica, una vez pase la pandemia, es obvio que el futuro luce sombrío para mi­les de ellos.

Los nuevos modelos de vida que se perfilan para la posterioridad prefiguran un mundo distinto al que existía antes de la terrible pan­demia, más afincados en tecnologías, como la inteligencia artificial, capaz de sustituir el tra­bajo manual o presencial humano en muchas actividades.

El peso que tendrán otras tecnologías sus­titutivas en los equipos de fábricas, industrias y otras grandes empresas de distinta índole, mermarán la ocupación de la llamada mano de obra humana que antes era indispensable.

Este descalabro actual de la economía profundi­za la incertidumbre de miles de millones de hom­bres y mujeres trabajadores que podrían no tener oportunidades de recuperar sus empleos o ingre­sos si desaparecen definitivamente las empresas u oficios que eran sus fuentes de sustentación.

Es un horizonte deplorable el que está hoy a la vista de los trabajadores en este Día Internacional del Trabajo, consagrado a exaltar la actividad que más dignifica al hombre. Una maldita pandemia les ha tronchado su suerte y solo nos queda pre­servar las esperanzas de volver a celebrarlo, con el mismo júbilo y respeto de antes.

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