¡Que sigan en las calles los inmortales!
Definitivamente hay muchas personas reacias a someterse al rigor del distanciamiento social, mucho menos a un régimen temporal de confinamiento domiciliario, dos esenciales precauciones para minimizar los riesgos del contagio del coronavirus.
Siguen en las calles, muchas veces sin la protección de las mascarillas en sus rostros, socializando con los demás, desoyendo las sensatas recomendaciones de los expertos en manejo de epidemias.
Probablemente piensan que son inalcanzables, inmunes al virus o están convencidos de que es más espuma que chocolate todo cuanto se dice acerca de la realidad de esta pandemia.
Este comportamiento desafiante conlleva altos riesgos para la salud colectiva, pues ese ejército de “inmortales” que se ha tomado las calles imprudentemente no acepta ni cumple los consejos que ofrecen las autoridades sanitarias, que no distan de las medidas que se están aplicando estrictamente en otros países atacados por la enfermedad.
Para que estas funcionen se necesita de un nivel de coerción legal, de una firme e indudable determinación del Gobierno de imponer las reglas del confinamiento con sus explícitas sanciones, más que nada en estos momentos en que ascienden los contagiados y los muertos por causa del Covid-19.
Bajo la percepción de que las autoridades han sido blandas y tardías en imponer la disciplina en sentido general, mucha gente desoye las instrucciones e irrespeta el toque de queda, creando una atmósfera de desobediencia más contagiosa que el mismo virus.
Llegan a suponer que la libertad de movimiento, en un estado de excepción como este, es un capricho o una necedad, cuando lo cierto es que tanto el confinamiento como el aislamiento social constituyen parte del blindaje a sus propias vidas, en adición a las prácticas de higiene y desinfección que lo complementan.
Los que verdaderamente han hecho conciencia de la gravedad del peligro cooperan, voluntariamente, en el cumplimiento de las precauciones. Estos no se creen “inmortales” como los que prefieren seguir sus ritmos de vida normales en medio de la anormalidad.
Que Dios los libre de engrosar la tómbola de los contagiados y de llegar, desvanecidos y faltos de respiración, a las unidades de cuidados intensivos, si es que tienen la suerte de encontrar cupo cuando ya sea tarde.