La hora del sacrificio
Someterse a la cuarentena es uno de los supremos sacrificios que toda nación amenazada por el coronavirus debe hacer para enfrentarse con cierto éxito a su letal y trastornadora propagación.
De hecho, algunas medidas adoptadas por el gobierno, como el cierre de las fronteras, la prohibición de vuelos desde y hacia ciudades o países donde el Covid-19 ha causado mayores estragos y la suspensión de las actividades comerciales y de otra índole, configuran la antesala de la cuarentena.
Al cesar casi totalmente la actividad productiva y comercial, millares de trabajadores remunerados se ven de golpe en una parálisis forzada y urgidos de disponer de dinero para solventar sus necesidades personales y familiares más elementales durante la emergencia.
Un estado de cuarentena, como el que recomienda la Organización Mundial de la Salud, entre las medidas extremas para frenar el avance del coronavirus, representa una prueba de resistencia enorme para la población trabajadora dependiente de ingresos fijos o eventuales.
El gobierno no puede dormirse en la prioridad, casi obligación, de subsidiar o ayudar a minimizar la crisis existencial de casi el 60 por ciento de los trabajadores de pequeños negocios, que han cerrado sus puertas en este periodo de excepción.
Para otras capas y sectores del empresariado se han ordenado exenciones y estímulos, pero los vendedores informales de la calle, las gentes empobrecidas que viven del chiripeo y los que se sostienen de los planes sociales del gobierno, no pueden quedar descompensados por mucho tiempo en el escenario de la cuarentena.
Si todos deseamos que la población, en general, cumpla con el sacrificio de recogerse y no salir a las calles para evitar la propagación más rápida del virus, es indispensable que la comida no les falte a los más desposeídos, para evitar que el desbastecimiento o el hambre los empuje a acciones desesperadas.
Cuarentena significa encierro, inmovilización, cero actividad productiva y remunerativa. Es la opción incómoda pero inevitable a la que se debe abocar un país que quiera proteger la vida y la salud de sus ciudadanos, al precio que sea.