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Juego limpio, sin más traumas

Confianza y transparencia es lo que reclama el pueblo como condición esencial para que su derecho al sufragio pueda ejercerse, pleno de legitimidad, en los comicios municipales extraordinarios del 15 de marzo.

Tras la abrupta paralización de las elecciones del pasado domingo 16, una sensación de dudas y frustraciones se ha diseminado sobre el cuerpo social del país al saberse que la causa de la suspensión fue una grave falla técnica de los equipos del voto automatizado.

Es ahora cuando se ve más claro que el sistema de la Junta Central Electoral fue manipulado malintencionadamente, lo que provocó que un altísimo porcentaje de colegios electorales no pudiera utilizar el voto automatizado y se retrasara, por esa causa, la apertura de los sufragios.

Restablecer la confianza de los electores para que vuelvan a las urnas el 15 de marzo, esta vez con boletas físicas, no electrónicas, pasa por rodear de las mayores garantías de orden y limpieza ese proceso, clarificando la realidad del malicioso truqueo y sancionando ejemplarmente a sus responsables, sean quienes sean y vengan de donde vengan.

Si no se propicia un clima en el que los partidos contendientes y la JCE puedan armonizar intereses en el montaje de esos comicios, difícilmente los votantes redoblen el entusiasmo y la fe en el ejercicio de sus derechos y cumplan con el deber de robustecer a la democracia.

Para eso es preciso jugar limpio, estableciendo claramente las normas de procedimiento inviolables antes, durante y después de las votaciones y asegurando las áreas en las que trabajan los equipos de informática, cómputos y elecciones de la JCE para impedir intrusiones humanas y tecnológicas maliciosas.

Con la intensidad del trauma inicial del pasado día 16, la ciudadanía requiere de señales y estímulos reales de que habrá garantías de un ejercicio libre y sin coacciones de los sufragios, una cabal protección de los recintos de votación y una total transparencia en el conteo y trasmisión de los resultados.

La JCE, árbitro del proceso, con imagen seriamente cuestionada, tiene sobre sí la crucial responsabilidad histórica de crear y asegurar todas las condiciones para que la voluntad finalmente se exprese sin trabas y sin retruécanos posteriores, reputándose legítima e incuestionable.

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