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Los retos macabros que están de moda

El macabro episodio en el que unos adolescentes destruyen la lápida de una tumba y la tapa de un ataúd para extraer sus restos y mostrarlos como el trofeo de su “reto”, ha causado repugnancia nacional.

El suceso ocurrió en el cementerio de Manoguayabo. Unos alumnos de la escuela cercana decidieron probar capacidad para salir airosos de un “reto”, y sin ningún miramiento profanaron una tumba hasta llegar al clímax del irrespeto, desmembrando el cadáver.

Así como este caso han sucedido otros que, según testimonios recogidos por este diario en cementerios que han sido a menudo violentados por vándalos, responden a una moda entre jóvenes de elegir pruebas de extrema imprudencia y audacia, para probar su capacidad o valor para enfrentarlas.

Estos “retos” se han popularizado como si se tratara de concursos de alta competencia en las redes sociales, contagiando a decenas de atrevidos que se lanzan a actos riesgosos sin medir sus consecuencias.

En un país en el que se profana todo, comenzando por la verdad y pasando por insólitos actos de irrespeto a símbolos, valores y elementos sagrados hasta culminar con el atropello a la institucionalidad, no extraña que una moda como esta conquiste tantos adeptos.

Lo más doloroso es que estas falsas muestras de valentía o arrojo para “cumplir un reto” pretendan ser premiadas o alentadas por encima de las que deberían ser otras ejecutorias y aspiraciones de nuestra niñez y adolescencia.

Echarse cubetas de agua caliente o helada en el cuerpo, abrir la puerta de un vehículo en movimiento, perforarse la piel a sangre fría, caminar sobre fuego, meterse un condón en la nariz, sacar un arma de fuego y apuntar a otros compañeros, pero sin apretar el gatillo, son ahora parte del menú de “retos” con el que se divierten.

Estos adolescentes se están pasando de la raya con sus macabras y peligrosas travesuras, sin ningún tipo de freno, reflejo de lo que ya hemos descrito como una sociedad enferma de arriba a abajo. Con tales conductas se deshonran a sí mismos, a sus familias y a la sociedad, que espera de ellos mejores frutos como ciudadanos.

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