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EDITORIAL

Hora de unirnos contra la criminalidad

Líderes políticos, instituciones sociales y ciudadanos que se expresan por medio de las redes sociales han comenzado a aportar sus ideas sobre las acciones que deben tomarse para enfrentar la criminalidad en nuestro país.

Eso indica que una representativa muestra de la sociedad está muy sensibilizada con los frecuentes casos de asesinatos, sobre todo de mujeres y niños, que generan desasosiego, inseguridad y aflicción en la ciudadanía.

Dos candidatos presidenciales, Leonel Fernández y Luis Abinader, así como la Fundación Institucionalidad y Justicia, el Foro Feminista y prestantes juristas y especialistas en criminología, han aireado distintas propuestas e iniciativas sobre esta problemática.

Examinadas a la luz de la realidad actual, marcada por una tendencia hacia los feminicidios que superó el número de los ochenta en 2019 y ha proseguido en los primeros días de este 2020, tales propuestas no deberían quedar en el aire, inviables o subestimadas.

Por el contrario, lo que procede es que, con el patrocinio de una entidad responsable e independiente, como la FINJUS, o una o más universidades unidas en ese propósito, se promueva un foro de alto nivel y representatividad para abordar el fenómeno.

Existen los marcos legales en el país para la prevención y el castigo de los crímenes de distinta naturaleza, pero habrá que establecerse con precisión en qué puntos fallan o se debilitan esas normativas y cómo debería de reenfocarse el combate de este problema, antes de que alcance dimensiones mayores.

La criminalidad está íntimamente vinculada a un conjunto de causas que genera una sociedad atravesada por la desunión familiar, por el irrespeto generalizado a las leyes y a la autoridad, la quiebra progresiva de la institucionalidad, el expansivo problema de la drogadicción y otros vicios, sobre todo en menores, y por la casi nula protección a la dignidad y la vida de niños, mujeres y adultos.

El hecho de que sea tan amplia la esfera de las causales del crimen no debe verse como un impedimento para que nos paralicemos o nos crucemos de brazos, en humillante claudicación, frente al despliegue de poder que demuestran los criminales y delincuentes, al abrigo de la impunidad de una justicia maniatada y una autoridad timorata o cómplice de sus desmanes.

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