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EDITORIAL

El duelo permanente

Las decenas de feminicidios y los millares de abusos físicos y verbales contra las mujeres han hecho que la sociedad viva en un duelo permanente por esta tragedia, sin visos de terminar.

El Estado mismo no ha podido lograr todavía que sus políticas para prevenir o castigar la violencia contra la mujer aminoren la situación de peligro en que viven, ni que las leyes hayan tenido sobre los hombres un efecto disuasivo que ayude a frenar sus instintos agresivos contra las féminas.

Hará falta una especie de pacto, como existe en varios países de Europa, entre el Estado y la sociedad para articular un conjunto de acciones que contribuyan efectivamente a dar más protección a los millares de mujeres que cada año depositan denuncias de amenazas o de agresiones reales, y a los niños sobrevivientes de los feminicidios.

De nada ha valido que un instrumento legal, como las órdenes de alejamiento de los hogares y de las amenazadas, haya tenido un efecto decisivo en la prevención y disminución de los crímenes, porque como quiera el instinto asesino se abre paso y descarga su furia contra las indefensas víctimas.

Hoy es el Día Mundial de la No Violencia Contra la Mujer y es triste que al pasar balance descubramos que el número de episodios de abusos y de conductas que tienden a devaluar la dignidad y el derecho a la vida de las mujeres siga creciendo aquí y en otras partes.

Más de 14 mil mujeres han muerto a manos de sus parejas o exparejas en los últimos años, dejando a un número todavía mayor, casi triplicado, de huérfanos de esas tragedias para los cuales tampoco existen políticas de protección y acompañamiento eficaces.

Las casas de acogida, llamadas a dar albergue provisional a mujeres amenazadas y a sus hijos, no existen en proporción a la magnitud que ha alcanzado esta tragedia nacional y, para colmo, no tenemos una justicia que actúe con prontitud frente a las denuncias de peligro, que suman millares cada año.

La labor educativa, dirigida a concienciar a la población sobre el respeto a la vida de las mujeres, no llega tampoco a todos los niveles. Una prueba es el auge que ha tenido la difusión de mensajes musicales despreciativos, y hasta insultantes, contra las mujeres, como si nada importara.

El mayor énfasis de una política preventiva debe enfocarse en los mismos hombres, sobre todo entre aquellos que observan la pasividad con que actúa la justicia y la autoridad ante las denuncias de amenazas, malos ejemplos que podrían ser alicientes para que otros, como machos al fin, sientan que no tienen frenos para desfogar sus rabias y celos contra las mujeres.

En la búsqueda de ese pacto entre el Estado y la sociedad podría estar una de las claves para dar la batalla decisiva que desmantele los fundamentos de la cultura machista y se cubra con un blindaje mayor, en términos legales y morales, la vida y la dignidad de nuestras mujeres.

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