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EDITORIAL

El lobo de la Caperucita Roja

Un sistema electoral fidedigno y un ambiente de plena libertad de expresión, son pilares determinantes en una democracia.

Sin ambos canales, en los que la voz y la voluntad del pueblo se manifiestan, no habría garantías para otras libertades que son fundamentales para cimentar el Estado de Derecho en un país.

Pese a que muchos sabemos cuán importantes son estos dos valores, la vía electoral pura y el respeto al derecho y al ejercicio de la libertad de expresión, a menudo se mueven fuerzas e intereses para malograrlos.

Se manifiestan, por lo general, con presiones para limitar la difusión de ideas y noticias en los medios de comunicación, bajo modalidades muy sutiles y veladas para disimular la naturaleza de la conjura antidemocrática.

Y si no funcionan de ese modo, pues a la franca esas fuerzas antidemocráticas no vacilan en recurrir a las formas más extremas de la coerción para minar las bases financieras de los medios de comunicación.

Esto es lo que ha ocurrido en los países que, bajo una democracia falsificada, cierran periódicos, canales de radio y televisión, sitios de internet, y acosan, atropellan, expulsan o matan a periodistas que denuncian las anomalías de un gobierno o las tropelías del crimen organizado.

Minimizando o manteniendo a raya la libertad de expresión, esas fuerzas tienen el camino allanado para hacerse con el control del poder electoral, al que manipulan para “legitimar” con ingeniosas tramposerías el sufragio estuprado, el mayor y más deleznable crimen contra la voluntad popular.

Los dominicanos comenzamos a vivir en democracia incipiente tras el fin de la dictadura de 31 años de Trujillo. Desde entonces, hasta hoy, la sociedad ha dado muestras de preferir este sistema a otro que le sea opuesto, o al impensable híbrido de las llamadas “dictaduras blandas”, donde no hay libertades plenas.

El derecho a la libertad de expresión, correctamente ejercido, permite el disenso, la confrontación de las ideas, la fluidez del pensamiento, la capacidad de denunciar lo que está mal y la autoridad para tomar decisiones, con su voz y con su voto, en la construcción de los destinos del país.

Lamentablemente, hay muchas fuerzas agazapadas que intentan desmembrar a la democracia de estos valores con el sigilo y astucia del famoso lobo frente a la inocente Caperucita Roja.

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