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Sin culto a la personalidad

En los tiempos en que eran dueños y señores de sus países, a los que manejaron con mano dura y pocas indulgencias, Mao Tse Tung, en China, y Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana, eran los dirigentes más infatuados por el culto a la personalidad.

No había obra física relevante, como edificios, avenidas, carreteras o puentes o alguna iniciativa o idea que se entendiera “brillante” e “iluminada” que no fuese promovida con el nombre, la fotografia o el busto de esos personajes, según el caso.

Trujillo fue más lejos que Mao en su frenesí egocentrista, pues logró que a la capital de la República se le pusiera su nombre, así como a innumerables obras públicas, y que varias provincias fuesen bautizadas con los nombres de sus progenitores.

Las estatuas y estatuillas de Mao, así como fotos con su rostro, aparecían por doquier en la China Comunista, en estampillas postales, en billetes y monedas, en vallas y edificios y oficinas del gobierno, en fin, en cualquier lugar que lo proyectara omnipresente.

Desde los tiempos de Trujillo, esa práctica ha continuado aquí, aunque en menor grado. Ya no se usa glorificar a los presidentes o líderes poniéndoles nombres a obras públicas mientras están vivos.

Entre las excepciones actuales a esa costumbre esta, entre otros, el alcalde del Distrito Nacional, David Collado, quien en tres años de gestión no ha sentido la tentación egocéntrica de colocar su foto o su nombre con letras grandes en ninguna de las obras que ejecuta, o desplegar vallas y carteles para indicar que tales obras pertenecen a su gestión.

Sus campañas ciudadanas, por ejemplo la que promueve la idea de “Ama y cuida a Santo Domingo” o “Santo Domingo soy yo”, han tenido el apoyo financiero de empresarios privados que, a diferencia de otros tiempos, eran indiferentes a las necesidades metropolitanas más sentidas y no cooperaban con el cabildo.

Varias de las obras de remodelación para embellecer la capital han sido financiadas con las economías propias de la administración municipal, sometidas permanentemente al monitoreo y vigilancia del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y con donaciones de los empresarios.

El solo hecho de que el alcalde no se valga, con fines promocionales, de su propia imagen o su nombre para ”personalizar” sus ejecutorias, es un buen ejemplo que debería imponerse en cualquier esfera del Estado, donde no escasean las intenciones de algunos aduladores de promover el culto a la personalidad de presidentes, alcaldes o congresistas, como si se tratara de figuras extraordinarias y únicas de la historia.

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