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Una epidemia desafiante

Los accidentes de tránsito con saldo mortal se están sucediendo en todo el país con una frecuencia preocupante. Y los programas preventivos, a juzgar por los resultados, parecen inconsistentes.

En la mañana del domingo pasado, tres mujeres murieron cuando el automóvil en que viajaban se salió de la autopista Duarte, viró a una zanja y se precipitó a un abismo, en El Puñal, llegando a Santiago.

Ya es conocido que República Dominicana es uno de los países con mayor proporción de muertes por accidentes de tránsito en el mundo y si es de reconocer que las autoridades han impulsado programas preventivos, la realidad es que se impone una revisión a fondo para revertir esa danza de muertos y lesionados en las carreteras.

¿Es que los vehículos son de hojalata y ante cualquier percance sucumben al menor impacto y sus ocupantes reciben golpes mortales?

¿Es que las vías están desniveladas y cuando los vehículos aumentan la velocidad pierden estabilidad y se van en banda?

¿Es que los conductores han aumentado el consumo de alcohol, de drogas o manejan vehículos estando adormilados?

¿Es que falta un adecuado sistema de revisión de las condiciones elementales de los vehículos: neumáticos, tren delantero, frenos, parabrisas...?

¿Es que predomina el manejo temerario y la ausencia de control de estas infracciones por parte de la autoridad?

Sin ser expertos en siniestralidad del tránsito, sugerimos que se examinen todas estas circunstancias posibles para ver si algunas en particular o todas en combinación, están mandando a la muerte a miles de dominicanos, la gran mayoría jóvenes, sin que hasta ahora se haya dado una respuesta efectiva.

Es inadmisible que la sociedad –con las autoridades en primer término– sigan contando muertos y heridos por accidentes de tránsito, sin que haya un sacudimiento de conciencia para motivar una respuesta efectiva para proteger la vida.

Estamos entrando a una etapa de conteo de desastres viales que no puede seguir como un simple registro de estadísticas, cual si se tratara de un deporte.

Hay que hacer un alto y revisar todo para detener esa orgía continua de sangre y destrucción por accidentes en las carreteras.

Si la autoridad tiene que caer pesada para aplicar la ley, no tiene opción, porque la vida hay que preservarla en las vías aunque haya que enfrentarse a quienes derrochan la propia y amenazan la ajena.

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