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El maestro que perdimos

Hasta hace pocos años. el maestro dominicano era autoridad sagrada y segundo padre. Hoy no es ni lo uno ni lo otro.

Bajo la disciplina que imponía su propia majestad de educador y el hecho de que fuese un trasmisor del saber, el maestro se acreditaba como figura de respeto y admiración.

Cuando la educación doméstica era, también, un elocuente reflejo de los valores de entonces, el maestro fungía en los hechos como un segundo padre, al que había que escuchar y obedecer.

Con el tiempo, tanto los padres originales como los maestros fueron desertando de sus responsabilidades, y la cosecha de ese desdén la vemos hoy retratada en la cantidad de jóvenes que sienten poco respeto o subordinación hacia aquellos.

Mañana es el Día del Maestro, consagrado a reconocer a esos hombres y mujeres que pasaron toda una vida, ganando sueldos míseros sin protestar, entregados a su vocación por la enseñanza, responsables de la formación correcta de las nuevas generaciones, preparadas y educadas para sostener las riendas del progreso humano dominicano.

Loor a esa extirpe extinguida.

Y loor a los que, emulando las mejores prácticas pedagógicas, se esfuerzan hoy por enseñar a sus alumnos en medio de cambiantes modelos de formación, en una escuela totalmente diferente a la de antaño.

En estos últimos descansa la esperanza para el rescate de una escuela transformada por la inclusión de tecnologías modernas y nuevos manuales, para los cuales es preciso adiestrar a miles de profesores.

Y resulta, penosamente, que a la hora de someter a concurso a los miles de candidatos que se ofrecen para rescatar el magisterio, la mayoría no pasa la prueba.

Rescatar la escuela no se limita a garantizar una educación de calidad, sino a formar maestros competentes, último eslabón para recuperar el respeto y la autoridad perdidas en los centros llamados a formar profesionales y técnicos cargados de valores morales.

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