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EDITORIAL

En el reino del irrespeto

El país ha caído en un estado de anomia impresionante. Una cadena de episodios recientes agravan el cuadro de pronóstico reservado en que ha venido cayendo la norma social, la legal y la constitucional, y con ellas los valores que las sustentaron por años.

Veamos:

•Los padres han perdido autoridad sobre sus hijos.

•Los maestros han perdido su capacidad de secundar, cuando no de asumir a plenitud la educación de los niños, niñas y adolescentes que van a sus aulas.

•Los delitos de todo tipo, producto de la violación de las leyes por parte de los ciudadanos, son el pan de cada día como ingredientes de la inseguridad ciudadana.

•El respeto al prójimo no existe como un pilar de la cultura y la educación familiar, ya que la vida de los ciudadanos pende de los caprichos de un sicario, un atracador, un machista con vocación feminicida, padres abusadores, hijos irreverentes e indomables, abuelos abandonados y desconsiderados.

•La Constitución, que consagra derechos humanos y sociales, es ignorada por aquellos que pretenden retorcer estos valores a fuerza de presiones para que se legalice el aborto y los matrimonios entre homosexuales, y se instauren prácticas como la eutanasia y la “libertad” de las gentes para cambiar su condición de hombre por la de mujer, y viceversa, a contracorriente de su naturaleza biológica.

•El engaño, la tramposería, se ha instalado como práctica habitual en negocios que adulteran o falsifican productos, medicinas y alimentos que venden sin la calidad requerida, o en operaciones financieras piramidales, en el intercambio de monedas falsas y en la compra de sentencias en los tribunales.

La lista es larga todavía. Si no queremos ver esta realidad, tampoco podremos percibir lo cercano que está el derrumbe. Si seguimos indiferentes, esta anomia se acentuará más de lo que ya es, debilitando los músculos y la energía de la sociedad para salvarse y sobrevivir a su decadencia en curso.

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