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El valor de la denuncia

La indignación de una vecina ante la crueldad del castigo que un padre infligía a una hija de siete años en un sector de Moca, hizo posible que el país se enterara y reaccionara con estupor frente a semejante desmesura.

La vecina filmó con un teléfono el estado de una niña arrodillada soportando en su cabeza un block de cemento, una forma que probablemente era recurrente en la familia de la niña, y frontalmente le reprochó al padre que cometiera este abuso.

No solamente salió en defensa de la niña, a la que responsablemente le retiró el block de su cabeza desafiando la decisión del padre, sino que difundió en las redes sociales el video probatorio de la tortura.

El valor de su denuncia ha sido, justamente, el de poner en evidencia un tipo de castigo mental y corporal en el que todavía incurren padres brutales e intransigentes, de manera que la ciudadanía lo supiera y las autoridades también para que actuaran en consecuencia.

El de la vecina fue un acto de indignaron y repudio, no de contemplación ni de morbo, como también suele ocurrir en situaciones en que los ciudadanos captan imágenes fuertes de peleas y conflictos sin intervenir para evitarlas o resolverlas.

Las vías de denuncias para este tipo de situaciones están al alcance de los ciudadanos, tanto en las aplicaciones para teléfonos celulares como en destacamentos y fiscalías, en el sistema de atenciones de emergencia del 911 y, por supuesto, en las redes sociales, lo que en alguna medida ha ayudado a las autoridades a actuar contra los que amenazan o agreden a otros ciudadanos.

Pese a la variedad de canales para las denuncias, todavía hay personas que no se atreven a hacerlas y callan cuando saben que un vecino atropella a su mujer o a sus hijos, cuando se hacen cómplices, por el silencio, de las fechorías de jóvenes pandilleros atracadores del barrio, o cuando existen peligros contra la vida de alguien.

Probablemente no se sientan con el ánimo y la voluntad de hacerlo para no verse, en el futuro, comprometidas con alguna investigación policial o judicial o para no ponerse al descubierto frente a los denunciados, a sabiendas de que pronto volverán por sus fueros en las calles, ante la falta de castigo penal.

El ejercicio de la denuncia de abusos contra menores o adultos indefensos debe convertirse en consuetudinario entre los ciudadanos, para sacar a la luz la cantidad de episodios que día a día muestran la vulnerabilidad de los derechos humanos en nuestro país.

La vecina que hizo la denuncia merece el aplauso de la sociedad. Talvez el padre abusador no vuelva a hacerlo. Pero de seguro que muchos otros lo evitarán si saben que hay una ciudadanía vigilante y dispuesta a denunciar estos desmanes.

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